“Vamos a París” era la frase “consagrada”
o lema con que los ilustrados del siglo XVIII de más de media Europa
manifestaban la obligación y devoción que “comerciantes, filósofos, científicos
o curiosos” contraían con la capital francesa como ciudad de peregrinaje
cultural. Francia sin duda “había impuesto su idioma como lengua de
entendimiento internacional. Ningún ilustrado podía serlo sin saber idiomas y
todos hablaban francés”. Los pasajes entrecomillados están extraídos del
volumen 4 titulado “Razón y sentimiento (1692-1800)”, a cargo de Mª Dolores
Albiac-Blanco perteneciente a la Historia
de la Literatura Española editada por Crítica y dirigida por José Carlos
Mainer. No otra idea que la importancia de París y del idioma francés durante
el siglo XVIII ha alentado el último trabajo del gran humanista contemporáneo
Marc Fumaroli, un conocedor como ya hay pocos de la cultura occidental, y muy
especialmente de su país. Bajo el título Cuando
Europa hablaba francés (excelente, como todas, la edición de la editorial
Acantilado) Fumaroli refrenda con todo lujo de erudición todas y cada una de
las palabras que antes he citado del volumen de la Historia de la Literatura Española. España y sus ilustrados en esto
al menos no eran una excepción. Pero si París ha seguido manteniendo a lo largo
de los siglos el prestigio de capital cultural europea, lugar de peregrinaje y
asentamiento de tantos intelectuales y artistas (desde el Modernismo, los
movimientos de vanguardia, el exilio de tantos españoles después de la guerra
civil, o más actualmente los periodos obligados de nuestros escritores hispanos
y americanos, hasta llegar algunos
incluso a fijar su residencia en la llamada con cierta cursilería “la
ciudad de la luz” o “la ciudad del amor”); pero si París no ha perdido ese
prestigio –decíamos-, a pesar de los parisinos, otra suerte y muy distinta ha
corrido su idioma. Hoy esa necesidad de “saber idiomas” que tenían los
ilustrados europeos del siglo XVIII es la misma que tenemos todos en esta
sociedad, pero ya no es el francés el que necesitamos saber, sino el inglés,
que se ha convertido en el idioma internacional que nos han impuesto y, si
París no ha perdido ese “glamour” (palabra cursi) tan atractivo como decadente,
otras son ya las ciudades de referencia para la cultura occidental (Nueva
York), y el francés lamentablemente se ha ido hundiendo en los planes y sistemas
educativos de nuestros escolares hasta alternar como optativa con otras materias.
Ya hace de esto sus buenos años, en los centros educativos se estudiaba el
francés como primer idioma (apenas rastro se anunciaba del inglés), y hasta
hace poco un grupo (aunque cada vez menos numeroso) de excelentes alumnos y
alumnas aún mantenían el francés como primera lengua extranjera. Eran los años
de esplendor o el canto del cisne, últimos restos ya sin duda de aquella
antigua idea ilustrada del lejano siglo XVIII, como lejano queda ya también el
nombre por el que se conoció en nuestro país la sífilis. José López
Romero.
Julio Cortázar
"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)
viernes, 18 de diciembre de 2015
sábado, 12 de diciembre de 2015
MATERIA COMBUSTIBLE
Desde su inicial Elogio a la mala yerba (VIII Premio
Internacional de Poesía Loewe a la Creación Joven en 1995 y publicado por Visor
en 1996), la trayectoria poética de Pepa Parra se ha ido consolidando en el
panorama literario de nuestro país, aunque el reconocimiento general, de
público y crítica, cueste mucho más desde provincias que desde una gran ciudad.
Pero Pepa, como otros excelentes ejemplos (Paco Bejarano, Pepe Mateos, Pedro
Sevilla), ha preferido permanecer en su tierra, Jerez, en la que desde su
puesto en la Fundación Caballero Bonald es testigo de privilegio del ambiente literario
que se respira fuera de nuestra ciudad, en algunas capitales más viciado que en
otras, además de permitirle que se valoren sus méritos poéticos y su trabajo. Y
desde aquel primer poemario hasta Materia
combustible (Ediciones en Huida, 2013) la búsqueda del otro, las relaciones
cuerpo a cuerpo y la obsesión por disfrutar del momento, al tomar conciencia de
lo efímero de la felicidad son temas recurrentes en sus poemas. La carnalidad,
la recreación en lo bello, en esos cuerpos que se dejan llevar por la pasión o
por el descanso después de la batalla de amor se reflejan en los poemas y de
ahí el título del libro y las tres secciones que lo componen: “fuego”,
“cenizas”, “fuego”. Pero en Materia
combustible aparece con más intensidad que en libros anteriores la
preocupación por el paso del tiempo y, sobre todo, por el “futuro incierto”, lo
que nos lleva a poemas que intentan con cierta e inútil desesperación recuperar
el pasado, aunque solo sea un “sorbo” de él (“Dame un sorbo de ayer, una
mirada/ los restos de un naufragio / a los que sujetarme…” del poema “egoísmo y
miseria”). En esta misma línea encontramos el estremecedor “Cenizas, humo” o
las preguntas que se nos hace en el poema “Y si ahora”. Materia combustible es un libro sin duda que exige, por su calidad
e intensidad, una lectura pausada, la mirada madura de sus versos, esa mirada
desde la que escribe Pepa Parra. José López Romero.
sábado, 5 de diciembre de 2015
ZONAS HÚMEDAS
“¿Qué estás leyendo?”, me pregunta mi
mujer. Y aunque no es gallega, cuando pregunta lo parece. “Lo digo porque te
veo salivar demasiado”, y aunque no es gallega (insisto), cuando hace algún
comentario lo parece. “Zonas húmedas”, le
contesto. “¿Lo dices por la boca o es el título del libro?”, definitivamente,
alguno de sus antepasados debe de ser gallego. “El título”, le respondo. “Pues
seguro que no trata de la laguna de los Tollos, porque tú de Ecología tieso;
conque ¡ya me dirás de qué va el librito! ¡Alguna guarrería!”. ¡Acertó! Lo
dicho: ¡gallega! Cada vez que he cerrado el libro de Charlotte Roche después de
leer algunas páginas, la pregunta que siempre me asalta es ¿con qué intención
ha escrito la autora alemana esto? Muchas y muy variadas son las intenciones de
un escritor cuando se enfrenta al proceso de creación, que convierte su obra en
algo más que arte: dar una visión de la sociedad, intentar explicar el pasado,
despertar la conciencia de los lectores, sus sentimientos, el amor, el odio,
poner a estos delante de los enigmas universales, hacerlos reaccionar, etc.,
etc.. Y me hago la pregunta porque no entiendo qué se esconde detrás, qué nos
quiere transmitir C. Roche con su protagonista, una muchacha, Helen Memel, cuya
única afición conocida (“coñocida”, para utilizar las propias palabras de
Roche), es entablar una relación tan variada como repugnante con todos sus
fluidos, efluvios, excrementos corporales que van del juego a la ingesta,
incluidas menstruaciones, legañas, mocos y todo lo que sea susceptible de
transmisión bacteriana, porque la tal Helen quiere tanto a sus bacterias, sobre
todo las que pueden pulular por sus zonas más húmedas, que no tiene escrúpulo
alguno en comérselas o dejarlas por ahí para que otros las disfruten. Por no
hablar de la variada gama de masturbaciones y relaciones sexuales que nos va
describiendo al hilo de sus guarradas, sazonado todo con comentarios sobre sus
borracheras y emporramientos. La operación que acaba de sufrir en la zona anal
(así empieza la novela) le sirve también para que no quede agujero de su cuerpo
por explorar y explicar qué suele hacer con ellos. ¿Es el trauma de una niña que
no ha asimilado bien el divorcio de sus padres y sigue, pese al tiempo
transcurrido, intentando unirlos? ¿nos quiere hacer ver C. Roche que Helen es
al fin y al cabo una muchacha como otra cualquiera, aunque un poco más
desinhibida? Lo que leemos en Zonas
húmedas es una relación de guarradas, todas absolutamente gratuitas y
muchas consecuencia de la mala educación de la protagonista, que por momentos
levantan el estómago al más desinhibido lector. Para algunos (leo en Google) la
novela es transgresora y en ella se aprecia la valentía de la escritora. Bueno,
hay opiniones como lecturas para todos los gustos. Pero esta en especial es de
muy mal gusto. Y sin embargo, cuando se publicó en Alemania en el 2008 fue un
verdadero best-seller, con ventas millonarias en todo el mundo. “Y si es tan
guarro, ¿por qué lo lees?”, nuevo ataque de la gallega. “Eso mismo me estoy
preguntando yo”. “¡Ah! No vale hacerse el gallego. La gallega soy yo”. José
López Romero.
sábado, 28 de noviembre de 2015
VISOR
Ahora
sí. A diferencia de semanas pasadas, esta vez estoy decidido a comentar aquella
entrevista que le hicieron al editor Chus Visor, publicada por los medios allá
por principios del verano y que tanta polémica levantó. “Dicen que los
novelistas son vanidosos pero ¡hay cada poeta!”, es el titular que en ella se
destacaba y no era precisamente lo más grueso o fuerte con lo que el dueño de
una de las más prestigiosas colecciones de poesía de habla hispana se dejaba
caer. La entrevista tenía su razón de ser porque con 70 años recién cumplidos
también se celebraba que llevara 45 de ellos intentando ganarse la vida con la
edición de poesía, toda una heroicidad en un país que se lee poco y mucho menos
poesía, aunque el propio Visor no está de acuerdo con esto y pone como ejemplo
los 45 años de su sello (seguro que más de una y de dos subvenciones le habrán
salvado algunos balances anuales) y los 25.000 ejemplares vendidos del poemario
de Joaquín Sabina (pero es que Sabina vende lo que toca). En cualquier caso,
esos 45 años de editor y sus 70 de vida le permiten a Chus Visor ocupar un
lugar de privilegio desde el que no solo puede observar toda la fauna
literaria, sino también decir lo que sobre esta piensa, porque a esas alturas
de la profesión y de la vida uno se puede permitir ciertos lujos y entre ellos
el de decir lo que le da la gana. Por eso, comenta sin tapujos la mediocridad
de muchos poetas actuales (“poetas infames” los llama) que sin embargo venden
bastante bien lo que publican, o que la poesía femenina no está a la altura de
la narrativa, o la enemistad que se ha granjeado de los poetas que no ha
editado, así como niega la acusación de manipular premios para dárselos a sus
amigos (¡qué va a decir él!). Al margen de polémicas y declaraciones más o
menos escandalosas y siempre discutibles, hay que reconocerles a editoriales
como Visor, Tusquets o Renacimiento (por
poner otros ejemplos), su papel decisivo en el prestigio internacional de
nuestra poesía. José López Romero.
sábado, 21 de noviembre de 2015
ROMANOS
“-Padre –pregunté-, ¿ha merecido la pena?
Quiero decir, el poder, esta Roma a la que has salvado, esta Roma que has
construido… ¿Ha merecido la pena todo lo que has tenido que hacer? Mi padre me
miró durante un largo tiempo, y después desvió la mirada. –Debo creer que sí
–dijo-. Los dos debemos creer que sí”. Es parte de la conversación que
mantienen Octavio César y su hija Julia, después de que el emperador de Roma le
proponga la obligación de casarse con Tiberio, hijo de Livia, la esposa de
Octavio. Una obligación que Julia debe aceptar aunque regañadientes por el bien
de esa Roma a la que su padre ha dedicado y sacrificado toda su vida, como la
misma Julia, quien ya lleva a sus espaldas, pese a su juventud, dos matrimonios
de conveniencia. Es la famosa y siempre socorrida “razón de estado” que sigue
vigente hasta nuestros días. Pero no interesa tanto esa excusa o justificación
bajo la cual tiranos, dictadores y gobernantes de la peor calaña han cometido a
lo largo de la historia toda clase de atrocidades, sobre todo, delitos de lesa
humanidad, sino la pregunta que Julia le hace a su padre, la que nos deberíamos hacer pasado el climatérico
lustro de nuestra vida, pero que en un gobernante se hace más acuciante y necesaria.
Los acontecimientos políticos que actualmente nos preocupan, los ataques
terroristas, las guerras que asolan países y se cobran miles de vidas, perdidas
o desarraigadas ya para siempre de la tierra en la que vieron por vez primera
una luz que ya no les alumbra… no creo que la respuestas de los responsables de
estos sucesos, de tanta tragedia sea la que Octavio César le dirige a su hija,
ellos no pueden creer que sí. Porque no han dedicado ni sacrificado sus vidas
en salvar a su Roma, en construirla, sino en destruirla y arrasarla. La vocación
de servicio a su país, a la ciudad que se observa en Octavio y que este le
reclama una vez más a su hija Julia se ha transformado en intereses económicos,
en soberbia e inhumanidad. La conversación con que empezaba estas líneas
pertenece a la novela de John Williams ‘El hijo de César’ (reseñada hace unas
semanas) y la refiere Julia en una de las cartas que escribe años más tarde en
su destierro en la isla de Pandateria, obligada a permanecer alejada de la
ciudad a la que tantos sacrificios personales dedicó, pero también en la que
fue feliz y se dejó llevar por una vida disoluta. En todas las novelas o libros
que tratan de la Roma antigua, se destacan los vicios sin cuento, las intrigas,
los asesinatos y crímenes de toda clase que se cometían, pero también se puede
observar el inmenso amor, el orgullo de sus ciudadanos de aquel imperio, de
aquella urbe que era el centro del mundo. “Quiero que sepas que soy consciente
de la dificultad que entraña tu misión de gobernar esta extraordinaria nación,
a la que amo y odio, y este Imperio, aun más extraordinario, que me horroriza
al tiempo que me enorgullece”, le dice un personaje de la novela de Williams a
Octavio. Otra lección de los romanos que debemos aprender. José López Romero.
domingo, 15 de noviembre de 2015
LITERATURA SOBRE LITERATURA
“Un libro empieza y termina mucho antes y
mucho después de su primera y de su última página”, dice Julio Cortázar en una
conferencia titulada “La literatura latinoamericana de nuestro tiempo”, que se
recoge como apéndice en su libro Clases
de literatura. Berkeley, 1980 (ed. Punto de lectura, 2013). Y cuando
terminé de leer este libro de Cortázar no pude por menos que recordar la frase
cargada de razón. Los buenos libros, los que marcan al lector son realmente
aquellos para los que estábamos preparados, consciente o inconscientemente,
para leer y aquellos que no olvidamos durante toda nuestra vida, que nos hacen
reflexionar, que nos producen un placer o nos provocan unas emociones que nos
acompañarán para siempre. Clases de
literatura es un libro sobre literatura porque en él se recoge el curso que
Cortázar impartió en la Universidad de Berkeley en 1980; forma parte, por
tanto, de ese género ensayístico del que aquí hemos reseñado algunos trabajos,
por el interés que siempre tiene un libro sobre literatura escrito por los que
a ella se dedican desde el lado de la creación y no de la crítica o la investigación.
Y en esto, La verdad de las mentiras de
Vargas Llosa o Diez grandes novelas y sus
autores de Somerset Maugham (que hemos reseñado aquí en otro tiempo) son
títulos muy recomendables. Pero el ensayo de Cortázar tiene el interés añadido,
a diferencia de estos dos libros citados, de que el escritor argentino
reflexiona sobre su propia obra, sobre las etapas que cree advertir en su
carrera literaria y, sobre todo, las claves de creación de sus insuperables
relatos, así como de sus dos grandes novelas: Rayuela y Libro de Manuel. Una reflexión cargada
de literatura, pero también de vivencias personales que nos acercan al
escritor, pero aún más al hombre y sus circunstancias. Y en este sentido,
aunque Cortázar hable de la importancia de la fantasía, de la música, del humor
y del erotismo en la literatura latinoamericana, las páginas más sobrecogedoras
son aquellas en las que reflexiona sobre la responsabilidad (prefiere esta
palabra a “compromiso”) del escritor latinoamericano con la realidad de sus
países de origen. La denuncia de las sangrientas dictaduras que asolaron buena
parte del continente americano, y el papel que le corresponde al escritor en la
recuperación de los derechos de los pueblos a decidir su futuro y enfrentarse
al abuso de poder establecido ocupa la última parte del libro, en especial esas
dos conferencias que se incluyen en el apéndice final y de las que destacábamos
al comienzo una de las frases. Y si esa frase ya nos plantea la relación del
escritor y del lector con los libros, tampoco debemos olvidar la cita inicial
extraída de Unamuno: “… aborrezco a los hombres que hablan como libros, y amo
los libros que hablan como hombres”. Las Clases
de literatura de Cortázar es, sin
duda, un libro que habla como un hombre, con la imponente estatura del escritor
argentino. José López Romero.
sábado, 7 de noviembre de 2015
FLAMENCO
Por los mismos días en que se destapaba el sueldo fantasma
del director del Centro Andaluz de Flamenco, que había percibido 2.200 euros al
mes durante tres años sin llegar a pisar siquiera tan bien remunerado puesto de
trabajo (ver Diario de Jerez, 30 de octubre), llegaba a todos los centros de
enseñanza de nuestra sufrida región las “Instrucciones de la Dirección de
Ordenación Educativa de la Junta para la celebración del Día del Flamenco”,
cuyo punto primero reza lo siguiente: “Todos los centros docentes no
universitarios sostenidos con fondos públicos de esta Comunidad Autónoma
celebrarán el día 16 de noviembre de cada año o con anterioridad al mismo si
recayese en día no lectivo, el Día del Flamenco”. La casualidad es otra de las
grandes ironías de la vida que, en este caso, se convierte en un caso más de
ese cinismo tan característico ya de nuestros gobernantes. Para celebrar el Día
del Flamenco ¿podríamos ponerles a nuestros escolares un comentario del texto
periodístico en el que se trata el “asuntillo” del sueldo fantasma? Sin duda
sería una buena actividad complementaria, porque por ella se daría cuenta
nuestro alumnado del desprecio más absoluto con que las administraciones
públicas tratan a la cultura en todas sus manifestaciones. Mientras que todos
los centros educativos ya se disponen a preparar estas actividades, aunque la cultura de nuestros adolescentes no se
mejora con la celebración de “Día de”, en el que se suele programar una serie
de actos forzados, algunos sin convicción, contando siempre con la voluntad de
docentes, escolares y hasta familias, y con escasos por no decir ningún medio,
las famosas Instrucciones del Día del Flamenco afirma rimbombante: “…
corresponde a la Comunidad Autónoma la competencia exclusiva en materia de
conocimiento, conservación, investigación, formación, promoción y difusión del
flamenco como elemento singular del patrimonio cultural andaluz”, o lo que es
lo mismo: 2.200 euros, y encima nos mandan tocar las palmas. José López Romero.
sábado, 31 de octubre de 2015
LA CASO
La verdad sea dicha: iba a
escribir de Chus Visor y aquella polémica entrevista que se publicó en los
medios de comunicación allá por principios del verano (apenas ha llovido pero
¡cómo pasa el tiempo!), incluso la entrevista realizada a Ángeles Caso y
publicada en este diario (Diario de Jerez, el pasado 9 de octubre) me había
recordado la del famoso editor de poesía porque mientras este afirmaba tan
campante que la poesía femenina en España no está a la altura de las grandes
novelistas, la Caso se lamentaba en la suya de que “la literatura que hacemos
las mujeres se mira de forma distinta a la de los hombres”. Y no es que
estuviera con esta frase replicando a Visor, ya que ambas entrevistas no tienen
relación entre sí; es más, al ser esencialmente novelista Ángeles Caso no
debería haberse sentido aludida por las declaraciones del editor. Pero
¿realmente tiene razón la Caso? ¿se mira de forma distinta la literatura
escrita por mujeres a la de los hombres? Yo creo que no. Digo más, lectores y
lectoras hay que no se pierden las novedades de muchas de las narradoras
actuales, entre las que Almudena Grandes quizá se lleve la palma de la afición.
Tengo para mí que Ángeles Caso aprovechó la entrevista para lamentarse de lo
terrenal, es decir, de sus problemas con la Hacienda pública, más que para
protestar por la distinta forma de ver la literatura escrita por mujeres. Bajo
la apariencia de que ella no va de víctima con la que le está cayendo al resto
de la humanidad que sufre en silencio bajo la férula del PP (el culpable según
Caso de todos sus males), se lamenta de cómo la Agencia Tributaria la ha
terminado por arruinar, hasta el punto de que ya no puede vivir de la
literatura. En otra entrevista, anterior a la de este Diario, publicada en
distintos medios de comunicación el 15 de mayo de este mismo año, la Caso ya
utilizaba la prensa como paño de lágrimas de sus asuntos con Hacienda,
entrevista que es un monumento al cinismo. En ella se quejaba de que muchos
escritores no están enterados de lo que pueden desgravarse (“El problema con el que se encuentran los escritores
es que no saben qué es desgravable en su profesión”), ¡y eso lo dice
una señora con carrera universitaria!; y con la mayor de la desfachatez se
añade: “Señalan que todos los gastos de
internet, luz, agua y calefacción podrían entenderse como gasto profesional.
Caso pone un ejemplo más penoso para los bolsillos, el de los
viajes. "Si no viajamos no vendemos libros, muchas veces damos
conferencias o tratamos de documentarnos y eso forma parte de nuestro
trabajo, no son viajes de placer", explica.”
Todos sabemos que las conferencias se pagan bien y que los gastos de promoción
al final benefician al escritor por las ventas. Y finalmente, los que llevamos
más de lo que acostumbramos a recordar en esto de la investigación, hasta una
mísera fotocopia ha salido de nuestros bolsillos, por no decir viajes a
archivos y bibliotecas, etc. Mucha cara hay que echarle al asunto para
desgravarse viajes de promoción, conferencias e investigación. Mucho rollo bajo
esa apariencia de corderito degollado por Montoro. José López Romero.
sábado, 17 de octubre de 2015
VECINDARIO
“Vecindario tranquilo,
horizontal y florido”, así define el excelente escritor francés Philippe
Claudel el cementerio que tiene enfrente de su casa familiar, es decir, el
paisaje que ha visto durante buena parte de su vida. Me sorprendió la
definición incluida en su libro ‘Aromas’,
por la obviedad de sus tres adjetivos y, por ello, por la forma tan natural de
referirse a un tema que a todos siempre nos produce cierto escalofrío: la
muerte. Y es que cuando se convive (vecino) tan de cerca y tan habitualmente
hasta con los asuntos o circunstancias más aterradoras, estos pierden el
sentido trascendente o macabro. Los médicos con las enfermedades; los
profesores con los suspensos; las fuerzas de seguridad con el terrorismo y la
delincuencia… el trato cotidiano profesionaliza ese trabajo o esa relación que
no pierde el prestigio de lo desconocido para el resto de los mortales, en este
caso nunca mejor dicho. Sin embargo, la literatura en torno a los muertos ha
tenido a lo largo de todos los siglos el tratamiento respetuoso que a los vivos
siempre nos ha merecido este asunto, a veces más íntimo (elegías), otras más solemne,
los escritores en general pocas bromas se han permitido si no es en las
representaciones del infierno. Por eso el pequeño texto de Claudel nos sigue
estremeciendo por la espontaneidad con que describe y compara el cementerio
(“Ciudad en miniatura, con barrios miserables… y otros lujosos”), los olores en
descomposición (“esos montones de dalias marchitas, esa ajada acumulación de
crisantemos…”) y los colores de esas mismas flores que adornan las sepulturas y
que pronto perderán su esplendor “como recién casadas abandonadas por sus
jóvenes y veleidosos maridos el día siguiente de su boda”, la comparación, como
otras del texto, contribuyen al tono distante, frío, como el mármol, con que
Claudel se acerca al espacio que ocupan sus vecinos de toda la vida, a sus
muertos. José López Romero.
sábado, 10 de octubre de 2015
COMPROMISO
“Quienes tienen la generosidad
de interesarse por mi trabajo o son contrarios a él han planteado con
frecuencia la misma cuestión. Después de leer mis libros, durante un seminario
o al término de una conferencia, ya con vacilante cortesía, ya en tono de reproche:
“¿Cuáles son sus ideas políticas? En todos sus escritos sobre historia y
cultura, sobre educación y barbarie, ¿por qué no hay ninguna franca declaración
de su ideología política?...”, esta cita (perdóneme el lector su extensión) es
el inicio del ensayo titulado “Petición de principio” incluido en el volumen Los libros que nunca he escrito de
George Steiner. El célebre pensador no tiene otra justificación a su
aislamiento de la res publica que su
contrario: su obsesión por resguardar su privacidad. No deja de ser un tanto
lamentable que sigamos exigiendo ya sea a personajes públicos, ya incluso a un
recién conocido su posición ante cualquier acontecimiento, ideología o afición,
y así vamos catalogando a las personas y, lo que es peor, las rechazamos o nos
atraen por el equipo de fútbol del que es aficionado (seguro que más de un
lector se niega a leer a un escritor por ser aficionado del Madrid o del
Barcelona), por sus ideas políticas o por defender una causa social con la que
no estamos de acuerdo o que defendemos con la misma pasión. Esa exigencia de
tomar partido la sufrió en tiempos más convulsos y peligrosos para su propia
integridad física el propio Erasmo de Rotterdam, a quien continuamente primero
en su estancia en Lovaina y posteriormente en Basilea, le insistían en que se
declarase a favor o en contra de Lutero. La presión sufrida por el gran
humanista nada tenía que ver con un natural tan pacífico que rayaba en la
pusilanimidad de carácter. “Concordia, paz, sentido del deber y benevolencia eran
valorados en sumo grado por Erasmo” nos dice Huizinga en la excelente biografía del roterodamés, virtudes que
precisamente no compartía el vehemente reformista alemán, hasta el punto de que
Erasmo se vio obligado a negarlo en numerosos escritos: “no conozco a Lutero”.
A Steiner, a Erasmo y a tantos otros intelectuales en un momento de sus vidas se les ha exigido
que tomen partido, que declaren sus ideas políticas o religiosas, cuando todos
sus escritos son una enorme manifestación de su compromiso personal con el ser
humano, con sus virtudes y con sus defectos, el compromiso del hombre con su
tiempo y con la historia, porque no hay mayor dignidad de un pensador que poner
al servicio, declararles a sus lectores los ideales humanos por los que debemos
luchar, al margen de ideas o aficiones. Ese es el verdadero y sincero valor de
humanistas como Erasmo, como Steiner. Poner una firma en un manifiesto,
afiliarse a un partido político, declararse de izquierdas o de derechas no es
más que un gesto para una galería ansiosa por catalogar. José López Romero.
viernes, 28 de agosto de 2015
RESEÑAS DE VERANO 5
En el café de la juventud perdida
Patrick Modiano. Compactos
Anagrama, 2014.
Después de haber leído
“Calle de las Tiendas Oscuras” y “Dora Bruder” y ahora “En el café de la
juventud perdida”, puedo afirmar que el último premio Nobel (2014) Patrick
Modiano es un autor muy recomendable en todos los aspectos. Quizá a algunos
lectores les llegue a cansar que en estas tres novelas el escritor nos plantee
el mismo asunto: la investigación sobre el pasado del protagonista, y, sin
embargo, es esa constante lo más interesante de las narraciones: cómo Modiano
nos va llevando por los laberintos, siempre misteriosos, de las vidas que se
entrecruzan de unos personajes cuyo pasado se intenta reconstruir. En esta
novela es la vida de una muchacha, Jacqueline Delanque o Louki, como le llaman
en el café Le Condé al que suele acudir, la que se analiza desde varias
perspectivas. Una interesante reflexión de cómo las vidas de unos se van
colando en las existencias de otros. J.L.R.
El gran cambiazo
Roald Dahl. Compactos
Anagrama, 2002.
En alguna ocasión ya
hemos reseñado o comentado alguna obra de Roald Dahl, quizá más conocido por su
producción literaria para el público infantil con títulos como “Matilda” o
“Charlie y la fábrica de chocolate”. Pero aquí traemos al Dahl magistral
escritor de relatos para adultos. “El gran cambiazo” es el relato que le da
título a todo el volumen, y quizá merezca ese honor por la trama y cómo la
resuelve el autor, pero ninguno de los incluidos en este libro desmerece de los
demás. Con sus relatos (publicado también en Anagrama “Relatos de lo
inesperado”) Dahl le ofrece al lector excelentes momentos de ese humor
británico que tiene a la ironía como uno de sus principales ingredientes, y a
escritores como Alan Bennett y John Mortimer como buenos cultivadores. Además,
la literatura de relatos es muy agradecida para cualquier lector… y si encima
nos hace reír… J.L.R.
martes, 18 de agosto de 2015
RAFAEL CHIRBES
El sábado pasado, día
15 de agosto, fallecía Rafael Chirbes en Tavernes de Valldignas (Valencia), a
los 66 años de edad. Aunque sus éxitos más notorios le han llegado a este
magnífico escritor con sus novelas Crematorio,
con la que obtuvo varios premios (el de la Crítica) y fue llevada a la
televisión, y En la orilla (también
premiada con el Nacional de Narrativa), Rafael Chirbes ha sido un escritor de
largo recorrido y con justo mérito pertenece a ese selecto o escogido grupo de
escritores que nunca defrauda al lector en todo lo que este quiere encontrar en
una novela, ya sea simple entretenimiento, ya intriga, es decir, los
ingredientes perfectos para que no se pueda dejar la lectura y, sobre todo,
contado con una excelente calidad en el estilo. Chirbes es un ejemplo de esa
tradición de narradores españoles que desde Cervantes han dado lustre y
esplendor a nuestra literatura. Destacamos aquí la reseña de una de sus breves
narraciones titulada La buena letra.
La buena letra
Rafael Chirbes.
Anagrama, 2007
La buena letra es una novela de corta extensión pero de una
intensidad y un desgarro que conmueve al lector más impasible. Solo la
narradora se da cuenta de que después de la Guerra Civil y a pesar de lograr
sobrevivir a ella, hay otra guerra, la más cruel, la que va minando a los
personajes, que es el egoísmo, la falta de comunicación, la soledad de unos
hombres y mujeres que no consiguen ser felices, porque no logran superar el
rencor. Muy aconsejable. J.L.R.
martes, 11 de agosto de 2015
RESEÑAS DE VERANO 4
Un paraíso inalcanzable
John Mortimer. Libros
del Asteroide, 2013.
Tras la muerte de
Simeon Simcox, peculiar párroco de pequeño pueblo inglés Rapstone Fanner,
cuando se abre su testamento alguno de los miembros de su familia (su hijo Henry)
se lleva una desagradable sorpresa: le deja todas las acciones de la cervecera
Simcox a Leslie Titmuss, diputado conservador local y a la sazón ministro del
gabinete de Margareth Thatcher. Pero este no es más que el motivo de una novela
muy recomendable, que posee todas las buenas virtudes de la mejor literatura
inglesa: humor, ironía, magnífico diseño de personajes, a cual más
peculiarmente inglés, y una trama por la que el lector transita con placer y
curiosidad. Muchos personajes nos recuerdan las mejores series televisivas, en
las que los ingleses son también maestros, el mismo Mortimer ha sido guionista
de algunas de ellas, e incluso este libro ha sido pasado a serie de t.v. Novela
que forma parte de una trilogía. J.L.R.
A cada cual, lo suyo
Leonardo Sciascia.
Tusquets, 2009
He leído ya varias
novelas de este gran escritor italiano (Sicilia, 1921 – Palermo 1989) y siempre
que termino una, siento que debo leer más porque Sciascia es de estos
narradores que no terminan de darte todas las claves de sus novelas y cree el
lector que leyendo otras puede descubrir todo lo que nos esconde. Pocos le
hacen caso al anónimo de amenaza de muerte que recibe el farmacéutico del
pequeño pueblo en el que se ambienta A
cada cual lo suyo, pero cuando a los pocos días aparecen muertos el
amenazado y el médico, empiezan las investigaciones y, como no podía ser menos
en un pueblo, las especulaciones. Solo el callado y huraño Paolo Laurana,
profesor de Latín del Instituto de la capital, logra para su desgracia
desentrañar el misterio. Magníficas las escenas de casino, la figura del
párroco y las reacciones que produce en el profesor la viuda del médico. J.L.R.
sábado, 1 de agosto de 2015
RESEÑAS DE VERANO: PHILIPPE CLAUDEL
Almas grises
Philippe Claudel.
Salamandra, 2005.
Philippe Claudel
pertenece a esa generación de escritores franceses que tomaron el relevo de
aquella tan polémica como excelente “nouveau roman” con Alain Robbe-Grillet o
Nathalie Sarraute y cuyo colofón fue la concesión del Premio Nobel en 1985 a
Claude Simon. De la promoción de Claudel también podemos destacar a Delphine de
Vigan. Guionista de cine y televisión y con varios premios de prestigio en su
haber, Philippe Claudel nos ofrece un relato al que mejor no le puede quedar el
título: almas grises, como la del fiscal Pierre-Angel Destinat, como la del
propio narrador que, después de veinte años, nos va a contar todo el proceso de
investigación que llevó a cabo a raíz del asesinato de “belle de jour”, apodo
con el que se le conocía a la hija menor del tabernero del pueblo, una niña de
10 años. Sin embargo, el propio narrador no nos descubre hasta el final un
secreto que lo lleva atormentando desde aquellos años. J.L.R.
El informe de Brodeck
Philippe Claudel.
Salamandra, 2008.
Cuando terminé “Almas
grises” sabía que debía leer alguna novela más de este escritor francés, que me
había maravillado con una prosa tan elegante como certera. Como lector sé de
los riesgos que se corren al leer otra obra del mismo autor después de haber
disfrutado de la primera; pero en este caso, el riesgo se ha convertido en
confirmación de que Claudel y su literatura merecen incluso una tercera
entrega. “El informe de Brodeck” tiene el mismo comienzo que “Almas grises”: un
asesinato, en este caso del “Anderer”, un extranjero que termina por afincarse
en un pueblo marcado por la reciente guerra; marca que lleva grabada a sangre y
fuego nuestro protagonista, Brodeck, un terrible superviviente al que le
encomiendan que redacte un informe sobre lo acaecido. El ambiente de
aislamiento y las secuelas de una guerra producen una atmósfera de tensión que
Claudel sabe dosificar a la perfección. Una excelente novela. J.L.R.
sábado, 25 de julio de 2015
RESEÑAS DE VERANO 2
Tiempo y mundo
Stefan Zweig.
Juventud, 2004.
En el epílogo a este
libro su primer editor, Richard Friedenthal, explica la intención de Zweig de
recoger en varios volúmenes sus pequeños textos en prosa fruto de sus
narraciones de viajes, conferencias y crítica literaria. Este titulado Tiempo y mundo es la segunda entrega (la
primera se titula “Encuentros”) y recoge estos textos de 1904 a 1940. Dividido
en tres apartados (“Hombres y destinos” que se ocupa de la crítica literaria;
“Tierras y paisajes”, de los viajes; y “Tiempo y mundo” en el que agrupa
reflexiones sociales y políticas), la brevedad de los textos y el estilo
siempre ameno de Zweig, hacen que se lea con agrado y fluidez, sin menoscabo de
la profundidad de los pensamientos e ideas de uno de los grandes escritores del
siglo XX. Leer a Zweig no solo es un placer, sino un enfrentamiento con la
historia más reciente de Europa, de la que ni él ni nosotros debemos estar muy
orgullosos. J.L.R.
Persecución
Alessandro Piperno. Lumen,
2013.
Leo Pontecorvo lo
tenía todo: éxito profesional como pediatra y profesor de la facultad de
medicina; una excelente familia, con su mujer Rachel, y sus dos hijos varones,
Filippo y Samuel; y pese a su madurez, seguía siendo un hombre atractivo que
despertaba la admiración de sus alumnas. Pero (y siempre hay un “pero”), la
inconsciencia o el jueguecito peligroso van a volver su vida del revés: el
cruce de cartitas con la novia de su hijo pequeño, Camilla (14 años), un tanto
subidas de tono. A la acusación de depravado, aireada por todos los medios de
comunicación, se le añade que el personaje ya estaba bajo sospecha por la mala
contabilidad de la clínica donde trabaja. Novela de descenso a los infiernos,
en la que destacan personajes como el abogado Herrera del Monte, la propia
esposa, el análisis de la vida conyugal y sobre todo la voz del narrador:
irónica, burlona, pero también compasiva. J.L.R.
viernes, 17 de julio de 2015
RESEÑAS DE VERANO 1
Defensa personal
Juan Bonilla.
Renacimiento, 2009.
¿Cómo es posible que
no se lea poesía en estos tiempos que, precisamente por lo inhóspitos, tan
necesaria se hace? Y más teniendo en cuenta que en el mercado nos podemos
encontrar con colecciones asequibles, entre ellas, la que hace ya unos años ha
ido publicando la editorial Renacimiento, con un diseño tan atractivo como su
precio. Una magnífica colección de poesía que acerca a los lectores antologías
de los mejores poetas actuales. La que aquí reseñamos es la que se dedica al
jerezano Juan Bonilla, más conocido por su obra en prosa, que por sus poemas,
como suele ser habitual cuando tantos premios se han obtenido con novelas y
relatos. Pues bien, la obra poética de Bonilla bien merece que se le preste
atención, porque en ella descubrimos el tratamiento los temas universales con
ironía (quizá una de sus constantes más significativas), pero sobre todo con
una ternura y una angustia que sorprenden y emocionan al lector. J.L.R.
viernes, 19 de junio de 2015
MAGISTRI
Hace ya un tiempo en esta misma
página comentaba la huella imborrable que los buenos maestros y profesores
habían dejado en el escritor D. Pennac y que este recordaba en su libro Mal de escuela. Desde hace
ya varios años muchos de estos buenos docentes aprovechan la posibilidad de
jubilarse y abandonan nuestras aulas, testigos de tanto esfuerzo, dedicación,
saber y cariño que los buenos alumnos saben agradecer, una pérdida de recursos
humanos de prestigio que no nos podemos permitir, pero en la educación de este
país, de nuestra comunidad está visto que lejos de mejorar las condiciones de
trabajo, el profesor solo piensa en huir de una labor que nunca, y en estos
últimos tiempos menos, ha sido reconocida. En este curso en nuestro I.E.S. P.
L. Coloma se jubilan compañeros a los que considero grandes amigos, porque con ellos he compartido no solo el
trabajo, sino inquietudes, aficiones y con algunos de ellos muchos libros:
Mariela, Toñi, Sebastián, el páter Julián (toda una institución en el Coloma),
Justo que ha compartido los sinsabores de la Dirección del Coloma, pues ha sido
el Vicedirector durante los seis años que llevamos en estos menesteres y ha
proyectado sobre el cargo la misma dedicación, la misma vocación docente que en
su faceta de profesor. Y cuando uno echa la vista atrás, se da cuenta de todo
el bagaje personal que ha ido acumulando bajo la influencia de grandes
docentes, en los que uno modestamente ha querido reflejarse, y un excelente
ejemplo es mi amigo Juan José Cienfuegos, con el que tengo la deuda impagable
de su amistad leal desde aquellos maravillosos años en el I.E.S. Asta Regia, y
de tener el privilegio de haber compartido con él los 24 años que llevamos en
el Coloma, casi toda la vida profesional. Él me ha transmitido su afición por
las nuevas tecnologías, con la misma pasión con que hemos querido a Erasmo de
Rotterdam, a los grandes clásicos grecolatinos, su especialidad, o a sus
queridos gallegos, Cunqueiro y Torrente Ballester, o la novela inglesa de
humor, de la que hablábamos hace solo unos días. Se van los compañeros, notamos
su ausencia, pero se van los amigos y el corazón del Coloma se queda un poco
más vacío. Vale, magister. José López Romero.
sábado, 6 de junio de 2015
LA PERINOLA
“Peonza
pequeña que baila cuando se hace girar rápidamente con dos dedos un manguillo
que tiene en la parte superior. El cuerpo de este juguete es a veces un prisma
de cuatro caras marcadas con letras y sirve entonces para jugar a interés”; así
define el DRAE este vocablo. Pero no nos interesa por su significado, sino
porque con este término tituló don Francisco de Quevedo “la que es sin duda la más eficaz,
divertida, original y maligna de cuantas sátiras literarias se han escrito en
español. Así lo sintieron sus coetáneos, y así lo prueba la abundancia de
manuscritos que la reproducen” (Jesús M. Morata, editor de la sátira). En
efecto; hasta medio centenar de manuscritos se cuentan de esta “Perinola” que,
según Jauralde Pou (que la incluyó en su edición de las “Obras festivas”.
Editorial Castalia), cierra el número de obras satíricas compuestas por don
Francisco, entre las que podemos destacar “El Chitón de las Tarabillas” o la
feroz “Execración contra judíos” o, más cercanas a la “Perinola” por el tema
que tratan, “La Culta Latiniparla” o el “Libro de todas las cosas”. El motivo o
blanco de la sátira quevediana fue la publicación de la miscelánea titulada
“Para todos” del dramaturgo Juan Pérez de Montalbán, al que el célebre poeta
madrileño ya le tenía cierta ojeriza no solo porque su padre, librero de
profesión (“sastre de libros y encolador y zapatero de volúmenes” lo llama
Quevedo), había tenido ciertos problemas con las obras de don Francisco, sino
también porque Montalbán hijo era discípulo confeso de Lope de Vega, motivos a
los que hay que añadir la figura del predicador fray Diego Niseno, tan estrecho
amigo de la familia Montalbán como enemigo de Quevedo, al que le negó la
aprobación en 1629 de su obra “Juguetes de la niñez”. Y si la dedicatoria de la
“Perinola” ya nos pone en situación (“Al doctor Juan Pérez de Montabanco,
graduado no se sabe dónde, en qué, ni se sabe ni él lo sabe”), los inicios no
son menos hirientes: “una dueña… con una voz sin huesos y unas palabras mamadas
a tabletazos de las encías, dijo: “Si es para todos, será la muerte”. Sin
embargo, detrás de la crítica a un género, el de las misceláneas u oficinas,
tan de moda en la época desde el siglo XVI, esconde Quevedo “el menosprecio por
un estamento de oficiales al que no se considera digno de acceder al ejercicio
de las letras” (Pedro Ruiz Pérez). Un concepto elitista de la literatura propio
de un escritor como Quevedo, tan orgulloso de la clase social a la que
pertenecía. Sin embargo y como suele suceder en estos casos, la “Perinola” tuvo
el efecto contrario al pretendido por don Francisco, lejos de convertir el
“Para todos” de Pérez de Montalbán en un fracaso, el libelo no hizo más que
acrecentar la curiosidad de los lectores de aquella primera mitad del siglo
XVII y fue todo un éxito editorial, reimpreso y traducido numerosas veces.
¡Cuántas veces habrá pasado lo mismo! José López Romero.
sábado, 30 de mayo de 2015
INTELECTUALES
Pintura de Xulio Formoso |
Acabo de leer el discurso que
pronunció Juan Goytisolo en el acto, solemne, de entrega del Premio Cervantes
de 2014, celebrado el pasado 23 de abril en el paraninfo de la Universidad de
Alcalá de Henares. Naturalmente, casi todos los medios de comunicación se han
deshecho en halagos ante un discurso al que han calificado de “indignado” y
“reivindicativo”. Y a continuación he leído la crítica que Fernando Aramburu
publicó al día siguiente, en la que daba toda clase de razones por las que no
le había gustado el discurso de Goytisolo. Entre estas, destaco la falta de
coherencia del autor de “Señas de identidad” al defender el compromiso del
escritor, cuando él lleva casi toda la vida al margen de una sociedad con la
que ahora dice sentirse comprometido desde su dorado retiro en Marrakech,
ciudad de un país que no se caracteriza precisamente por defender los derechos
humanos y del que salen muchas de las pateras que naufragan en nuestras costas.
Así, Aramburu comenta que “es más fácil y menos peligroso indignarse en España
y, sobre todo, contra España”, porque lo dicho por Goytisolo en Alcalá
difícilmente se le permitiría en Marruecos, y él lo sabe. La pose del
intelectual acomodado y de “vientre sentado” (expresión de Cernuda que
Goytisolo cita en su discurso), que se indigna o que critica al sistema que
precisamente le rinde honores o le ha llenado barriga y bolsillos es, por
desgracia, muy común. Más de uno o una han venido por Jerez, han preguntado por
el tipo de público que va a acudir a su improvisada pero bien pagada charla y
ha soltado las dos socorridas gracietas contra Aznar y ya tiene a buena parte de
ese público embotado, entregado y dispuesto a tragarse lo que le eche el
intelectual de turno, por mucha bazofia que sea, porque a veces no tiene la
honradez de prepararse ni dos folios, pero que cobra con la misma religiosidad
que bebe y come, lo que no deja de ser su pequeña contribución a la corrupción
de nuestro país ¿o eso no es corrupción?. José López Romero.
viernes, 22 de mayo de 2015
MUÑECAS HINCHABLES
Acababa de terminar el artículo que dediqué hace unas
semanas a aquella obra de arte “el vaso medio lleno”, en el que reflexionaba
sobre el fraude en el arte moderno, cuando cae en mis manos El chico de la última fila de Juan
Mayorga, una más que recomendable obra de este reconocido hombre de teatro. Y
en ella, al hilo de las relaciones o redacciones entre profesor y “chico de la
última fila”, Germán (el profe) mantiene ciertas discusiones con su mujer,
Juana, quien gestiona una galería de arte moderno, cuyos dueños están a punto
de cerrar por ser un negocio ruinoso. No es para menos. Germán le reprocha a
Juana la exposición de muñecas hinchables, a lo que su mujer le recrimina que
dicho de ese modo parecería que había convertido la galería en un sex-shop, cuando
una
muñeca “llevaba la cara de Stalin, otra la de Franco... Tenía un sentido”, para
apostillar finalmente “Para quien quisiese vérselo.” Pero aquí no queda la
cosa. Ahora Juana, para levantar el negocio y mantener su puesto de trabajo,
está preparando una exposición de “objetos normales, pero manipulados para
producir un extrañamiento”. Entre ellos, Germán cuenta un ventilador o un reloj
pero con trece números, que Juana explica del siguiente modo: “el artista
interviene en el espacio doméstico poniendo de manifiesto rasgos que, de tanto
verlos, ya no percibimos…” Pero lo que ya deja patidifuso a Germán es “la
pintura verbal”, “la voz del autor describiendo un cuadro”. El artista ha
pintado previamente doce acuarelas, ha grabado en un cd sus descripciones y,
una vez terminado dicho proceso, las ha destruido; y su propuesta final
consiste en colgar de la pared unos auriculares o en un marco vacío, así los
oyentes del cd se convierten en cocreadores de un cuadro que se describe con
palabras pero nunca se verá. Germán no resiste más las moderneces de arte que
pretende vender su mujer, y concluye: “si para salvar la galería tienes que
exponerme en una vitrina, aceptaré el sacrificio. Pero no me pidas que me deje
tomar el pelo”. Conclusión: Germán también ve el vaso medio vacío. José López
Romero.
viernes, 1 de mayo de 2015
HISTORIAS DE UN DIOS MENGUANTE
Cuando leo algunos de esos
artículos que mi compañero de página dedica al libro y la lectura en nuestra
ciudad, impregnados de un pesimismo que raya en lo apocalíptico, aunque no le
falta razón en muchas de sus afirmaciones (un buen ejemplo es el que se incluye
en esta misma página y que titula “Hopper”, en honor al magnífico pintor norteamericano),
me asalta la sensación de que somos pocos los lectores que aún quedamos sobre
la faz de esta ciudad (o incluso sobre la Tierra), y que formamos como ese
grupo de últimos supervivientes después de una guerra nuclear que tantas veces,
con mejor o peor fortuna, ha recreado el cine de ciencia ficción; unos Denzer
Washington en El libro de Eli, a los
que se les ha encomendado llevar un libro que debemos proteger para salvar una
civilización que está a punto de desaparecer. Así visto, la sesión del club de
lectura, a la que Ramón alude también en su artículo, celebrada el sábado en la
biblioteca municipal con la asistencia de Pepe Mateos, autor del libro que
comentábamos, Historias de un dios
menguante, ya pasados unos días se me aparece en la memoria como una
pequeña y clandestina reunión de lectores que se atreven a rebelarse contra un
mundo hostil al papel impreso y toman como maravilloso objeto de su rebeldía
los conmovedores relatos de este autor jerezano. Y la verdad es que con un
poquito de imaginación futurista, la sala en la segunda planta del edificio,
cerrada al público, la entrada dispersa de los asistentes, el libro oculto
entre carpetas y otros objetos… no hay que irse muy lejos hacia el futuro, sino
más bien hacia el pasado para que en otras circunstancias nos hubiesen aplicado
la ley contra el derecho de reunión. Y sin embargo, la sesión del sábado, la
presencia de Pepe Mateos, los relatos que incluye en su libro fueron, hasta
para los más recalcitrantes pesimistas, una verdadera fiesta de la literatura,
una celebración, íntima sí y especialmente conmovedora, del libro en general,
de Historias de un dios menguante en
particular y de su autor, porque ni los lectores tienen todos los días la
oportunidad de intercambiar con los escritores sus impresiones, ni los
escritores conocer hasta dónde y cuánto han calado sus historias en el ánimo de
sus lectores. Porque la literatura de Pepe Mateos es sobre todo conmoción, un
zarandeo al lector más impasible, historias cercanas, de vidas que pudieron ser
y de personajes que terminan por reconciliarse consigo mismos porque su autor
ni a los más despreciables les niega su generosidad. Relatos llenos de poesía
porque Mateos es ante todo y por vocación un poeta que mira y analiza los
sentimientos de sus personajes con la mirada distinta que solo los poetas son
capaces de tener. Una fiesta de la literatura cuyo broche final lo pusieron
Mamen Ramírez, que leyó, y Sara Martín que puso música a unos haikus del propio
Pepe. Ahora, después de escribir este artículo no tengo la sensación de haber
sido un clandestino, sino un privilegiado, el privilegio de haber compartido
con unos amigos y con unas amigas un momento maravilloso y espero que
repetible. José López Romero.
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el 1 de mayo de 2015.,
Publicado en el Diario de Jerez
domingo, 19 de abril de 2015
SILVER KANE
Apagadas ya las pocas luces que iluminaron el modesto
homenaje que se le rindió al gran Francisco González Ledesma con motivo de su
fallecimiento el pasado 2 de marzo, quiero recordar aquí el artículo que le
dedicamos el 14 de noviembre del año pasado bajo el título “Deuda”. En él
destacaba al González Ledesma escritor de novela negra y creador de la figura
crepuscular del comisario Ricardo Méndez, como protagonista, ejemplar en su
género, de novelas tan recomendables como “Expediente Barcelona”, “Una novela de
barrio” o “Crónica sentimental en rojo”, con la que obtuvo el premio Planeta de
1984. Un premio que venía a engrosar la enorme nómina de galardones literarios
que González Ledesma logró con sus narraciones. En aquel artículo también
señalaba su novela breve “El adoquín azul” como una pequeña obra de arte, en la
mejor tradición del género narrativo breve de nuestro país. Pero hoy quiero
destacar otra faceta de Ledesma, la del escritor que perseguido por la censura
franquista tuvo que ganarse la vida escribiendo novelas populares, sobre todo
del oeste bajo el pseudónimo Silver Kane, como también escribió novelas de amor
con el pseudónimo Rosa Alcázar. Mi padre era un buen aficionado a aquellas
novelas del oeste que se compraban en los quioscos a muy bajo precio y que
incluso se cambiaban por otras de segunda mano. Más de una leí yo también por
aquellos grises años del tardofranquismo y más de una bolsa llevé a los
quioscos para su reventa en aquel siempre efervescente mercado de la segunda
mano, que tenía como uno de sus centros neurálgicos los alrededores de la plaza
de abastos. Por aquellos años, de escasa presencia de la televisión en los
hogares, la lectura era uno de los pocos entretenimientos que podían permitirse
los españoles y Ledesma contribuyó con su calidad literaria a satisfacer esa
afición actualmente por desgracia casi perdida. Hoy, fallecido Ledesma, es un
buen día para reconocerle de nuevo la “deuda” que los españoles de varias
generaciones hemos contraído con sus novelas, un excelente día para leerlas.
José López Romero.
domingo, 12 de abril de 2015
LOS HUESOS
Leo a José María Ridao en su trabajo “Renacimiento como
relato” (incluido en su libro “Apología de Erasmo. Ensayos sobre violencia,
barbarie y civilización”, que se reseña abajo) explicar el uso o selección que
la historiografía hace de los materiales o datos de acuerdo con la intención o
los “sueños y anhelos” del poder establecido, y me viene a la mente en una de
esas extrañas asociaciones de ideas todo el despliegue científico que se ha
montado en el convento de las monjas trinitarias de Madrid. Nueve meses de
trabajo, una treintena de expertos, la más sofisticada maquinaria para la
detección de restos humanos, más los pertinentes análisis de ADN, etc., etc.
para encontrar unos huesos desperdigados dentro de un féretro con las iniciales
M.C. Demos crédito a la ciencia y admitamos (que es mucho admitir) que los
huesos hallados son exactamente los de Don Miguel de Cervantes Saavedra, y digo
que es mucho admitir porque si a mí me enseñan tres huesos como carbones no
tengo más remedio que creer que son del muerto que dice un señor con bata
blanca que son. ¿Y qué si son de Cervantes? ¿Va a resucitar don Miguel? ¿Va a
tener mejor muerte? Ese rastreo, persecución obsesiva por los huesos de los
muertos ilustres no se entiende si no es bajo la sospecha de que algún fin
espurio hay detrás del hallazgo; si no, no se gastarían tanto dinero público en
algo que en apariencia no tiene más interés que la peregrinación turística y la
foto del japonés de turno. Detrás de la obsesión por encontrar los restos
mortales de García Lorca, otro muerto ilustre perseguido, se esconde
indudablemente la manipulación política. Los expertos nos dicen ahora que con
los novedosos mecanismos de análisis podemos saber hasta si padecía de
estreñimiento nuestro príncipe de las letras, como si eso fuera un dato fundamental
para explicar su obra (lo mismo sí). Y mientras científicos, políticos y a los
que les gustan más un entierro que una feria se afanan por encontrar más
huesos, el nivel de lectura de nuestro país sigue bajando en las estadísticas
internacionales; no hay más que ver, da vergüenza, los mensajes
sobreimpresionados en las pantallas de nuestros televisores: plagados de faltas
de ortografía. Ese es por desgracia nuestro nivel cultural. ¿Quién lee ahora a
Cervantes? Cuando precisamente el mejor homenaje que se le puede hacer a un
escritor es leer su obra, no encontrar tres o cuatro huesos como tizones.
Tengan por seguro que si el pobre de don Miguel volviera a esta España de hoy,
borraría de su féretro las iniciales M.C., para no dejar huella, se metería de
nuevo en la caja y mandaría cerrarla con siete llaves para que no lo pudiera
encontrar una sociedad que nunca hemos hecho el suficiente mérito para merecer
su obra. Este año se cumple el cuarto centenario de la publicación de la
segunda parte de su “Quijote”, una buena oportunidad para encontrarse con don
Miguel de Cervantes, en carne y hueso. José López Romero.
sábado, 28 de marzo de 2015
EL VASO
“Father. ¿Qué te parece si en ARCO del año que viene
expongo un platito de esos “deliciosos” (el diminutivo y el adjetivo, ironía
materna) potajes que nos haces y le llamo “quien bien te quiere, te hará
llorar”?”. Mi hija que para esto de las pullitas tiene una retentiva
extraordinaria, había visto en la tele esa majestuosa obra de arte “el vaso
medio lleno”, que se vendió en 20.000 euros, o esa montaña de papel triturado
que alcanzó la cifra de 8.000. Ferias de arte como la de ARCO vuelven a poner
sobre la mesa el ya viejo tema del fraude en el arte moderno. A los que nos
hemos educado en un arte figurativo y, como mucho, podemos llegar a entender
que existe otro arte más allá de las formas, nos suena a rollo de embaucador de
feria (y nunca mejor dicho) eso de que “el arte hay que verlo primero con el
corazón”, como se atrevió a afirmar en la tele una señora de cuyo cargo en ARCO
no quiero acordarme. El “todo vale” que Vargas Llosa denunciaba en su
“Civilización del espectáculo” (libro imprescindible), se radicaliza aún más en
el mundo de las artes, donde sin escrúpulos ni pudor de ningún tipo te pueden
vender un calcetín sudado por unos cuantos miles de euros (“No me des ideas,
pá”, le oigo a mi hijo). No hace mucho saltaba a los informativos el caso de
Damien Hirst y sus calaveras de diamantes o su tiburón en formol, otro fraude
para muchos y, sin embargo, uno de los artistas más cotizados del momento. Este
tipo de obras no hacen más que desvirtuar el concepto de arte por muy moderno
que nos quieran hacer entender y, sobre todo, vender. No sé qué hará con “el
vaso medio lleno” el comprador, que debe de tener un corazón tan pródigo como
la cartera, pero lo que sí sé es que 20000 euros se pueden utilizar de forma
mucho más beneficiosa para la humanidad. ¿El vaso medio lleno? Mi corazón lo ve
medio vacío. José López Romero.
sábado, 21 de marzo de 2015
NIÑOS
No otra circunstancia que la casualidad puso en mis manos
recientemente y en un plazo de tiempo muy corto, tres libros a los que si
habría que buscarles algún punto en común, este sería sin duda la muerte de un
niño o niña. Tres textos de tres autores diferentes, de nacionalidades
distintas: “Deseo bajo los olmos” de Eugene O’Neill (estadounidense); “El
misterio de Christine” de Benjamin Black (pseudónimo de John Banville,
irlandés), y “Almas grises” de Philippe Claudel (francés). Mientras que en los
dos primeros libros (drama el de O’Neill y novela el de Black) son recién
nacidos o con pocos meses los asesinados, en “Almas grises” es el asesinato de
“belle de jour”, una niña de 10 años, el suceso que da inicio a la trama del
relato, aunque el narrador esconde un secreto del que solamente al final hará
partícipe al lector y que está relacionado con lo que estamos contando. En las
tres historias será la locura, la inmadurez o las bajas pasiones las causantes
de estas muertes de inocentes que, por serlo, dotan al texto de una mayor dosis
de tragedia. En “Deseo bajo los olmos” es el miedo de Abbie, la madre, a perder
a su amante, Ebbe, el hijo menor de su viejo marido, lo que le lleva a matar al
recién nacido al que cree el causante de su desamor o incluso rencor. Un
padrastro inmaduro y violento, que no soporta el llanto de la niña a la que
culpa del distanciamiento de su esposa, será el autor de la muerte de la pobre
Christine en la novela de Benjamin Black; y, finalmente, un soldado con
antecedentes criminales por violación que pasaba como desertor por los
alrededores del pueblo, es el asesino de la dulce “belle de jour”, aunque más
relacionado con las obras anteriores es ese secreto que esconde el protagonista
y que no desvela hasta el final de la novela. La infancia maltratada hasta
llegar a la muerte no es un tema ni nuevo ni excepcional en la literatura,
recordemos, a modo de otros ejemplos, el pobre hermanillo de Pascual Duarte que
sufre las patadas del amante de una madre desnaturalizada y al que le comen las
orejas unos cerdos; o, yendo un poco más lejos, la muerte de niños en las
novelas de Blasco Ibáñez (el niño Pasqualet en “La barraca”), punto de
inflexión de la trama narrativa. Muertes sin sentido, inocentes que pagan con
sus vidas los pecados de sus padres o las perversiones de los adultos; pero
ninguna muerte más terrible que la del pequeño Rafael del relato segundo de
“Los girasoles ciegos”, que no logra ni siquiera sentir el calor de su madre,
Elena, muerta en el parto, y que solo al final encuentra el amor de su padre
Eulalio, cuando este ya sabe que ambos van a morir. Hijo de la derrota en una
guerra que no llegará a entender. La infancia es, sin duda, la gran damnificada
de las guerras y de las crisis, de los problemas de los adultos que marcarán sus
vidas para siempre –o sus muertes-. José López Romero.
viernes, 6 de marzo de 2015
EDICIONES
“¿Usted también escribe?” es el título de uno de los
artículos de Jorge Ibargüengoitia incluido en el volumen “Revolución en el
jardín”, que reseñamos en esta misma página. Y aunque recomiendo la lectura de
todo el artículo y, por supuesto, de todo el libro por la fina ironía con que
suele el escritor mexicano acompañar sus textos, para esta ocasión me interesa
el dato con que inicia el artículo: “En Estados Unidos el número de personas
que han escrito una novela es monstruoso. Muchas veces mayor, por supuesto, al
número de personas que han publicado una novela”. En los años en que
Ibargüengoitia escribió este texto sin duda era una evidencia (de ahí su “por
supuesto”) que el número de novelas escritas en los EE.UU. fuera infinitamente
mayor que el de las publicadas. En la actualidad, esta diferencia con ser
también evidente no solo en los EE.UU., sino en todas las partes del mundo,
incluida España, se está acortando, está disminuyendo con inusitada rapidez. Y
buena culpa de ello la tienen dos elementos que de alguna manera están
provocando que la edición de un libro, sea del tipo o género que sea, no se
convierta en una tortura para su autor que le conduzca incluso, en casos
extremos, a la propia muerte, como a John Kennedy Toole. Por un lado, los
portales que en Internet se ofrecen para alojar cualquier tipo de publicación,
en los que el escritor puede ofrecer su libro ya sea bajo pago o de forma
gratuita; en este sentido, quizá sea Amazon, la empresa más fiable en todos los
aspectos. Por otro, si el autor quiere darse un pequeño capricho, o la propia
familia hacerle un regalo al joven (o no tan joven) literato, por un módico
precio muchas editoriales (modestas pero de calidad) ponen al alcance una
edición de 100 ejemplares en papel con los que puede felicitar Navidades a
familiares, amigos e incluso a enemigos. ¡Todo un regalo… envenenado! José
López Romero.
domingo, 1 de marzo de 2015
BIBLIOTERAPIA
“Novelas que curan”, “la biblioterapia literaria”, así se
titulaba un reportaje que hace unas semanas leía en una de esas revistas
dominicales, como si el psicólogo al que hace referencia el dicho reportaje
hubiese inventado o hecho el descubrimiento del siglo. Es más, en el mismo
texto se hacía alusión a como en el antiguo Egipto ya se consideraba la lectura
como medicina para el alma. El método, según declaraciones del doctor Berthoud,
consiste en pasarle al paciente previamente un cuestionario en el que este
indique gustos y hábitos literarios y, ya metidos en faena psicológica,
explique el momento vital por el que atraviesa; y tras una entrevista o sesión
de unos 50 minutos, el paciente se lleva su tratamiento en el que se incluye la
medicación y seis o siete libros para leer y posteriormente dar su opinión
sobre ellos. Así, dice el propio Berthoud, los pacientes tienden a hablar con
más distensión y naturalidad de sus problemas personales si toman como
referencia los problemas de los personajes de las novelas recetadas. Porque
descubrir las obsesiones o los defectos en los demás, aunque sean seres de
ficción, y analizar y hasta criticar su
comportamiento, son formas que nos ayudan a superar nuestras propias carencias
o debilidades. Nada nuevo bajo el sol, de ahí la alusión a los egipcios para
los que ya la lectura, sin necesidad de indicaciones médicas, era por sí misma
una fuente de salud. No hace falta demostración ninguna para afirmar
categóricamente que las artes en general tienen propiedades terapéuticas, la
música es un ejemplo palpable de ello, como la contemplación de una hermosa
pintura o escultura produce en sanos y enfermos efectos medicinales; sin
embargo, de la literatura estas cualidades no se habían puesto tan de
manifiesto o no se les había dado la importancia que se les había concedido a
las artes antes citadas. Y en cuanto se publique en español el libro “The Novel
Cure”, que ya está al caer, y cuya autoría comparte Berthoud con su compañera
de estudios de Literatura Inglesa en Cambridge Susan Ederkin, a nadie debería
extrañar que las librerías cambiaran la distribución de libros en sus anaqueles
en lugar de géneros, por enfermedades, y que a aquellas acudieran los pacientes
con recetas médicas. O incluso que en las farmacias dedicaran algunas de sus
estanterías a libros. O, echando más imaginación, las bibliotecas públicas se
lleguen a convertir en hospitales. Pero
mucho me temo que en este país en el que tan poco nos gusta ir al médico, pero
colapsamos las urgencias, terapias como la lectura de libros tienen los días
contados. Ya me imagino a más de uno que ante un tratamiento de choque de cinco
libros, con el fin de mitigar sobre todo su ignorancia y de paso algún complejo
mal curado en su infancia, le rogará al
doctor “¿y no tendría usted aunque fueran unos supositorios?”. José López
Romero.
domingo, 22 de febrero de 2015
SILENCIO
A mi compañero de página le escuché hace ya tiempo la
anécdota de aquel lord inglés que cuando el servicio le avisaba del pavoroso
incendio que se había declarado en la casa, con la célebre flema británica le
recriminaba al mayordomo que cuántas veces le tenía que decir que no quería ser
molestado cuando leía. Una anécdota que por exagerada no deja de esconder su
buena parte de razón: la lectura es una actividad que exige concentración y
para ella, nada mejor que el silencio o la ausencia de cualquier accidente que
perturbe la estrecha relación que debe mantener el lector con su libro.
Confieso que las pocas veces que he intentado leer en otras condiciones que no
sea rodeado de ese silencio cómplice, por ejemplo, delante de la televisión, no
he llegado a enterarme ni de la primera línea, por lo que he desistido de hacer
dos cosas a la vez, quizá sea debido esto a mi condición de hombre, como
seguramente me diría mi mujer si esto estuviera leyendo, pero esta vez no se la
voy a poner como a Felipe II. Mi sillón, mi mesa, solo la luz del flexo
iluminando el tablero, la persiana echada y, ahora con el frío, sobre las
piernas la mantita de lana que me ha hecho mi cuñada Encarna, y por supuesto un
buen libro, son las condiciones perfectas para una buena y larga sesión de
lectura que puedo acompañar con una humeante taza de café o de té. Pero está
claro que no siempre disponemos de esos momentos extraordinarios, y de ahí que
tengamos que aprovechar cualquier tiempo vacío o de espera para disfrutar de la
lectura. Renuevo mi admiración por aquellos lectores que se concentran (como
los que son capaces de dormirse) en cualquier situación o circunstancia, aunque
ahora a los que veíamos en los transportes públicos lamentablemente han
cambiado el libro por el móvil. Seguro que más de uno si se le quema la casa le
hará un vídeo con el teléfono y se lo mandará por whatsapp a sus contactos.
¡Qué tiempos! José López Romero.
domingo, 8 de febrero de 2015
U.R.S.S.
Uno de los acontecimientos más importantes que trajo como
consecuencia la Revolución rusa de 1917, fue la creación años más tarde
(diciembre de 1922) de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. La muerte
de Lenin en 1924 sirvió en bandeja todo el poder y el dominio de aquella enorme
extensión al norte de Europa a Stalin. En 1928, cuatro años más tarde, Stefan
Zweig viajaba a Rusia invitado por el gobierno para participar en las fiestas
conmemorativas del nacimiento del gran escritor Leon Tolstoi. De este viaje
Zweig dejará una interesante crónica en el volumen “Tiempo y mundo”, que
reseñamos aquí hace varias semanas. Lo cerca y lo distante en tantas cosas que
Rusia puede parecer de Europa es uno de los rasgos que Zweig destaca a primera
vista; y una vez ya familiarizado con la idiosincrasia del alma rusa, admira en
ella su sufrimiento, su exquisita sensibilidad hacia el arte, su cortesía hacia
el extranjero; su conmovedora dignidad ante la falta de lo más esencial para la
supervivencia, ante el hambre de todo un pueblo. A pesar de que el propio Zweig
denuncia las carencias de los intelectuales, “no han mejorado ni en su forma de
vida ni en disponer de una mayor libertad, sino que más bien han retrocedido a
condiciones de vida más oscuras y opresivas y a un grado inferior de libertad
material y espiritual”, la sensación que nos deja la crónica de Zweig es la del
intelectual que confía en la Rusia nueva, y recrimina al orgullo occidental la
hostilidad contra el bolchevismo. Vasili Grossman, el escritor de la célebre
“Vida y destino”, moría en 1964 sin ver publicada su novela “Todo fluye”. En
esta descarnada y terrible narración, Grossman va desgranando todos los
crímenes, los genocidios, las masacres de campesinos que morían de hambre, las
delaciones que condenaban a los campos de concentración a científicos e
intelectuales, el estado del terror, en definitiva, que durante todo su mandato
impuso a sangre y fuego Stalin. Iván Grigórievich, protagonista del relato,
vuelve a su casa, en Moscú, después de haber pasado en un gulag treinta años, a
consecuencia de su activismo político en la universidad. La novela alcanza sus
momentos de mayor espanto cuando relata Grossman cómo mueren pueblos enteros de
campesinos por hambre hacia 1930: “Para entonces tampoco quedaban gatos ni
perros, los habían matado. Y eso que cazarlos era difícil: los animales tenían
miedo de las personas, cuyos ojos se habían vuelto salvajes”. Entre la crónica
de Zweig y el relato de Grossman muy poco tiempo ha pasado y, sin embargo, qué
distintas las dos Rusia que cada uno describe, aunque ambos coinciden en la
enorme capacidad de sufrimiento del pueblo ruso. Precisamente fue occidente, al
que recrimina Zweig su hostilidad hacia el nuevo régimen, quien miró hacia otro
lado, como tuvo ocasión de denunciar George Orwell, cuando se sabía con todo
detalle lo que hacía Iósif Vissariónovich Stalin, uno de los grandes genocidas
del siglo XX. José López Romero.
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