Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

viernes, 18 de diciembre de 2015

EL MAL FRANCÉS

“Vamos a París” era la frase “consagrada” o lema con que los ilustrados del siglo XVIII de más de media Europa manifestaban la obligación y devoción que “comerciantes, filósofos, científicos o curiosos” contraían con la capital francesa como ciudad de peregrinaje cultural. Francia sin duda “había impuesto su idioma como lengua de entendimiento internacional. Ningún ilustrado podía serlo sin saber idiomas y todos hablaban francés”. Los pasajes entrecomillados están extraídos del volumen 4 titulado “Razón y sentimiento (1692-1800)”, a cargo de Mª Dolores Albiac-Blanco perteneciente a la Historia de la Literatura Española editada por Crítica y dirigida por José Carlos Mainer. No otra idea que la importancia de París y del idioma francés durante el siglo XVIII ha alentado el último trabajo del gran humanista contemporáneo Marc Fumaroli, un conocedor como ya hay pocos de la cultura occidental, y muy especialmente de su país. Bajo el título Cuando Europa hablaba francés (excelente, como todas, la edición de la editorial Acantilado) Fumaroli refrenda con todo lujo de erudición todas y cada una de las palabras que antes he citado del volumen de la Historia de la Literatura Española. España y sus ilustrados en esto al menos no eran una excepción. Pero si París ha seguido manteniendo a lo largo de los siglos el prestigio de capital cultural europea, lugar de peregrinaje y asentamiento de tantos intelectuales y artistas (desde el Modernismo, los movimientos de vanguardia, el exilio de tantos españoles después de la guerra civil, o más actualmente los periodos obligados de nuestros escritores hispanos y americanos, hasta llegar algunos  incluso a fijar su residencia en la llamada con cierta cursilería “la ciudad de la luz” o “la ciudad del amor”); pero si París no ha perdido ese prestigio –decíamos-, a pesar de los parisinos, otra suerte y muy distinta ha corrido su idioma. Hoy esa necesidad de “saber idiomas” que tenían los ilustrados europeos del siglo XVIII es la misma que tenemos todos en esta sociedad, pero ya no es el francés el que necesitamos saber, sino el inglés, que se ha convertido en el idioma internacional que nos han impuesto y, si París no ha perdido ese “glamour” (palabra cursi) tan atractivo como decadente, otras son ya las ciudades de referencia para la cultura occidental (Nueva York), y el francés lamentablemente se ha ido hundiendo en los planes y sistemas educativos de nuestros escolares hasta alternar como optativa con otras materias. Ya hace de esto sus buenos años, en los centros educativos se estudiaba el francés como primer idioma (apenas rastro se anunciaba del inglés), y hasta hace poco un grupo (aunque cada vez menos numeroso) de excelentes alumnos y alumnas aún mantenían el francés como primera lengua extranjera. Eran los años de esplendor o el canto del cisne, últimos restos ya sin duda de aquella antigua idea ilustrada del lejano siglo XVIII, como lejano queda ya también el nombre por el que se conoció en nuestro país la sífilis. José López Romero.      


sábado, 12 de diciembre de 2015

MATERIA COMBUSTIBLE

Desde su inicial Elogio a la mala yerba (VIII Premio Internacional de Poesía Loewe a la Creación Joven en 1995 y publicado por Visor en 1996), la trayectoria poética de Pepa Parra se ha ido consolidando en el panorama literario de nuestro país, aunque el reconocimiento general, de público y crítica, cueste mucho más desde provincias que desde una gran ciudad. Pero Pepa, como otros excelentes ejemplos (Paco Bejarano, Pepe Mateos, Pedro Sevilla), ha preferido permanecer en su tierra, Jerez, en la que desde su puesto en la Fundación Caballero Bonald es testigo de privilegio del ambiente literario que se respira fuera de nuestra ciudad, en algunas capitales más viciado que en otras, además de permitirle que se valoren sus méritos poéticos y su trabajo. Y desde aquel primer poemario hasta Materia combustible (Ediciones en Huida, 2013) la búsqueda del otro, las relaciones cuerpo a cuerpo y la obsesión por disfrutar del momento, al tomar conciencia de lo efímero de la felicidad son temas recurrentes en sus poemas. La carnalidad, la recreación en lo bello, en esos cuerpos que se dejan llevar por la pasión o por el descanso después de la batalla de amor se reflejan en los poemas y de ahí el título del libro y las tres secciones que lo componen: “fuego”, “cenizas”, “fuego”. Pero en Materia combustible aparece con más intensidad que en libros anteriores la preocupación por el paso del tiempo y, sobre todo, por el “futuro incierto”, lo que nos lleva a poemas que intentan con cierta e inútil desesperación recuperar el pasado, aunque solo sea un “sorbo” de él (“Dame un sorbo de ayer, una mirada/ los restos de un naufragio / a los que sujetarme…” del poema “egoísmo y miseria”). En esta misma línea encontramos el estremecedor “Cenizas, humo” o las preguntas que se nos hace en el poema “Y si ahora”. Materia combustible es un libro sin duda que exige, por su calidad e intensidad, una lectura pausada, la mirada madura de sus versos, esa mirada desde la que escribe Pepa Parra. José López Romero.

sábado, 5 de diciembre de 2015

ZONAS HÚMEDAS

“¿Qué estás leyendo?”, me pregunta mi mujer. Y aunque no es gallega, cuando pregunta lo parece. “Lo digo porque te veo salivar demasiado”, y aunque no es gallega (insisto), cuando hace algún comentario lo parece. “Zonas húmedas”, le contesto. “¿Lo dices por la boca o es el título del libro?”, definitivamente, alguno de sus antepasados debe de ser gallego. “El título”, le respondo. “Pues seguro que no trata de la laguna de los Tollos, porque tú de Ecología tieso; conque ¡ya me dirás de qué va el librito! ¡Alguna guarrería!”. ¡Acertó! Lo dicho: ¡gallega! Cada vez que he cerrado el libro de Charlotte Roche después de leer algunas páginas, la pregunta que siempre me asalta es ¿con qué intención ha escrito la autora alemana esto? Muchas y muy variadas son las intenciones de un escritor cuando se enfrenta al proceso de creación, que convierte su obra en algo más que arte: dar una visión de la sociedad, intentar explicar el pasado, despertar la conciencia de los lectores, sus sentimientos, el amor, el odio, poner a estos delante de los enigmas universales, hacerlos reaccionar, etc., etc.. Y me hago la pregunta porque no entiendo qué se esconde detrás, qué nos quiere transmitir C. Roche con su protagonista, una muchacha, Helen Memel, cuya única afición conocida (“coñocida”, para utilizar las propias palabras de Roche), es entablar una relación tan variada como repugnante con todos sus fluidos, efluvios, excrementos corporales que van del juego a la ingesta, incluidas menstruaciones, legañas, mocos y todo lo que sea susceptible de transmisión bacteriana, porque la tal Helen quiere tanto a sus bacterias, sobre todo las que pueden pulular por sus zonas más húmedas, que no tiene escrúpulo alguno en comérselas o dejarlas por ahí para que otros las disfruten. Por no hablar de la variada gama de masturbaciones y relaciones sexuales que nos va describiendo al hilo de sus guarradas, sazonado todo con comentarios sobre sus borracheras y emporramientos. La operación que acaba de sufrir en la zona anal (así empieza la novela) le sirve también para que no quede agujero de su cuerpo por explorar y explicar qué suele hacer con ellos. ¿Es el trauma de una niña que no ha asimilado bien el divorcio de sus padres y sigue, pese al tiempo transcurrido, intentando unirlos? ¿nos quiere hacer ver C. Roche que Helen es al fin y al cabo una muchacha como otra cualquiera, aunque un poco más desinhibida? Lo que leemos en Zonas húmedas es una relación de guarradas, todas absolutamente gratuitas y muchas consecuencia de la mala educación de la protagonista, que por momentos levantan el estómago al más desinhibido lector. Para algunos (leo en Google) la novela es transgresora y en ella se aprecia la valentía de la escritora. Bueno, hay opiniones como lecturas para todos los gustos. Pero esta en especial es de muy mal gusto. Y sin embargo, cuando se publicó en Alemania en el 2008 fue un verdadero best-seller, con ventas millonarias en todo el mundo. “Y si es tan guarro, ¿por qué lo lees?”, nuevo ataque de la gallega. “Eso mismo me estoy preguntando yo”. “¡Ah! No vale hacerse el gallego. La gallega soy yo”. José López Romero.


sábado, 28 de noviembre de 2015

VISOR

Ahora sí. A diferencia de semanas pasadas, esta vez estoy decidido a comentar aquella entrevista que le hicieron al editor Chus Visor, publicada por los medios allá por principios del verano y que tanta polémica levantó. “Dicen que los novelistas son vanidosos pero ¡hay cada poeta!”, es el titular que en ella se destacaba y no era precisamente lo más grueso o fuerte con lo que el dueño de una de las más prestigiosas colecciones de poesía de habla hispana se dejaba caer. La entrevista tenía su razón de ser porque con 70 años recién cumplidos también se celebraba que llevara 45 de ellos intentando ganarse la vida con la edición de poesía, toda una heroicidad en un país que se lee poco y mucho menos poesía, aunque el propio Visor no está de acuerdo con esto y pone como ejemplo los 45 años de su sello (seguro que más de una y de dos subvenciones le habrán salvado algunos balances anuales) y los 25.000 ejemplares vendidos del poemario de Joaquín Sabina (pero es que Sabina vende lo que toca). En cualquier caso, esos 45 años de editor y sus 70 de vida le permiten a Chus Visor ocupar un lugar de privilegio desde el que no solo puede observar toda la fauna literaria, sino también decir lo que sobre esta piensa, porque a esas alturas de la profesión y de la vida uno se puede permitir ciertos lujos y entre ellos el de decir lo que le da la gana. Por eso, comenta sin tapujos la mediocridad de muchos poetas actuales (“poetas infames” los llama) que sin embargo venden bastante bien lo que publican, o que la poesía femenina no está a la altura de la narrativa, o la enemistad que se ha granjeado de los poetas que no ha editado, así como niega la acusación de manipular premios para dárselos a sus amigos (¡qué va a decir él!). Al margen de polémicas y declaraciones más o menos escandalosas y siempre discutibles, hay que reconocerles a editoriales como  Visor, Tusquets o Renacimiento (por poner otros ejemplos), su papel decisivo en el prestigio internacional de nuestra poesía. José López Romero.

sábado, 21 de noviembre de 2015

ROMANOS

“-Padre –pregunté-, ¿ha merecido la pena? Quiero decir, el poder, esta Roma a la que has salvado, esta Roma que has construido… ¿Ha merecido la pena todo lo que has tenido que hacer? Mi padre me miró durante un largo tiempo, y después desvió la mirada. –Debo creer que sí –dijo-. Los dos debemos creer que sí”. Es parte de la conversación que mantienen Octavio César y su hija Julia, después de que el emperador de Roma le proponga la obligación de casarse con Tiberio, hijo de Livia, la esposa de Octavio. Una obligación que Julia debe aceptar aunque regañadientes por el bien de esa Roma a la que su padre ha dedicado y sacrificado toda su vida, como la misma Julia, quien ya lleva a sus espaldas, pese a su juventud, dos matrimonios de conveniencia. Es la famosa y siempre socorrida “razón de estado” que sigue vigente hasta nuestros días. Pero no interesa tanto esa excusa o justificación bajo la cual tiranos, dictadores y gobernantes de la peor calaña han cometido a lo largo de la historia toda clase de atrocidades, sobre todo, delitos de lesa humanidad, sino la pregunta que Julia le hace a su padre, la que  nos deberíamos hacer pasado el climatérico lustro de nuestra vida, pero que en un gobernante se hace más acuciante y necesaria. Los acontecimientos políticos que actualmente nos preocupan, los ataques terroristas, las guerras que asolan países y se cobran miles de vidas, perdidas o desarraigadas ya para siempre de la tierra en la que vieron por vez primera una luz que ya no les alumbra… no creo que la respuestas de los responsables de estos sucesos, de tanta tragedia sea la que Octavio César le dirige a su hija, ellos no pueden creer que sí. Porque no han dedicado ni sacrificado sus vidas en salvar a su Roma, en construirla, sino en destruirla y arrasarla. La vocación de servicio a su país, a la ciudad que se observa en Octavio y que este le reclama una vez más a su hija Julia se ha transformado en intereses económicos, en soberbia e inhumanidad. La conversación con que empezaba estas líneas pertenece a la novela de John Williams ‘El hijo de César’ (reseñada hace unas semanas) y la refiere Julia en una de las cartas que escribe años más tarde en su destierro en la isla de Pandateria, obligada a permanecer alejada de la ciudad a la que tantos sacrificios personales dedicó, pero también en la que fue feliz y se dejó llevar por una vida disoluta. En todas las novelas o libros que tratan de la Roma antigua, se destacan los vicios sin cuento, las intrigas, los asesinatos y crímenes de toda clase que se cometían, pero también se puede observar el inmenso amor, el orgullo de sus ciudadanos de aquel imperio, de aquella urbe que era el centro del mundo. “Quiero que sepas que soy consciente de la dificultad que entraña tu misión de gobernar esta extraordinaria nación, a la que amo y odio, y este Imperio, aun más extraordinario, que me horroriza al tiempo que me enorgullece”, le dice un personaje de la novela de Williams a Octavio. Otra lección de los romanos que debemos aprender. José López Romero. 

domingo, 15 de noviembre de 2015

LITERATURA SOBRE LITERATURA

“Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página”, dice Julio Cortázar en una conferencia titulada “La literatura latinoamericana de nuestro tiempo”, que se recoge como apéndice en su libro Clases de literatura. Berkeley, 1980 (ed. Punto de lectura, 2013). Y cuando terminé de leer este libro de Cortázar no pude por menos que recordar la frase cargada de razón. Los buenos libros, los que marcan al lector son realmente aquellos para los que estábamos preparados, consciente o inconscientemente, para leer y aquellos que no olvidamos durante toda nuestra vida, que nos hacen reflexionar, que nos producen un placer o nos provocan unas emociones que nos acompañarán para siempre. Clases de literatura es un libro sobre literatura porque en él se recoge el curso que Cortázar impartió en la Universidad de Berkeley en 1980; forma parte, por tanto, de ese género ensayístico del que aquí hemos reseñado algunos trabajos, por el interés que siempre tiene un libro sobre literatura escrito por los que a ella se dedican desde el lado de la creación y no de la crítica o la investigación. Y en esto, La verdad de las mentiras de Vargas Llosa o Diez grandes novelas y sus autores de Somerset Maugham (que hemos reseñado aquí en otro tiempo) son títulos muy recomendables. Pero el ensayo de Cortázar tiene el interés añadido, a diferencia de estos dos libros citados, de que el escritor argentino reflexiona sobre su propia obra, sobre las etapas que cree advertir en su carrera literaria y, sobre todo, las claves de creación de sus insuperables relatos, así como de sus dos grandes novelas: Rayuela  y Libro de Manuel. Una reflexión cargada de literatura, pero también de vivencias personales que nos acercan al escritor, pero aún más al hombre y sus circunstancias. Y en este sentido, aunque Cortázar hable de la importancia de la fantasía, de la música, del humor y del erotismo en la literatura latinoamericana, las páginas más sobrecogedoras son aquellas en las que reflexiona sobre la responsabilidad (prefiere esta palabra a “compromiso”) del escritor latinoamericano con la realidad de sus países de origen. La denuncia de las sangrientas dictaduras que asolaron buena parte del continente americano, y el papel que le corresponde al escritor en la recuperación de los derechos de los pueblos a decidir su futuro y enfrentarse al abuso de poder establecido ocupa la última parte del libro, en especial esas dos conferencias que se incluyen en el apéndice final y de las que destacábamos al comienzo una de las frases. Y si esa frase ya nos plantea la relación del escritor y del lector con los libros, tampoco debemos olvidar la cita inicial extraída de Unamuno: “… aborrezco a los hombres que hablan como libros, y amo los libros que hablan como hombres”. Las Clases de literatura  de Cortázar es, sin duda, un libro que habla como un hombre, con la imponente estatura del escritor argentino. José López Romero.



sábado, 7 de noviembre de 2015

FLAMENCO

Por los mismos días en que se destapaba el sueldo fantasma del director del Centro Andaluz de Flamenco, que había percibido 2.200 euros al mes durante tres años sin llegar a pisar siquiera tan bien remunerado puesto de trabajo (ver Diario de Jerez, 30 de octubre), llegaba a todos los centros de enseñanza de nuestra sufrida región las “Instrucciones de la Dirección de Ordenación Educativa de la Junta para la celebración del Día del Flamenco”, cuyo punto primero reza lo siguiente: “Todos los centros docentes no universitarios sostenidos con fondos públicos de esta Comunidad Autónoma celebrarán el día 16 de noviembre de cada año o con anterioridad al mismo si recayese en día no lectivo, el Día del Flamenco”. La casualidad es otra de las grandes ironías de la vida que, en este caso, se convierte en un caso más de ese cinismo tan característico ya de nuestros gobernantes. Para celebrar el Día del Flamenco ¿podríamos ponerles a nuestros escolares un comentario del texto periodístico en el que se trata el “asuntillo” del sueldo fantasma? Sin duda sería una buena actividad complementaria, porque por ella se daría cuenta nuestro alumnado del desprecio más absoluto con que las administraciones públicas tratan a la cultura en todas sus manifestaciones. Mientras que todos los centros educativos ya se disponen a preparar estas actividades, aunque  la cultura de nuestros adolescentes no se mejora con la celebración de “Día de”, en el que se suele programar una serie de actos forzados, algunos sin convicción, contando siempre con la voluntad de docentes, escolares y hasta familias, y con escasos por no decir ningún medio, las famosas Instrucciones del Día del Flamenco afirma rimbombante: “… corresponde a la Comunidad Autónoma la competencia exclusiva en materia de conocimiento, conservación, investigación, formación, promoción y difusión del flamenco como elemento singular del patrimonio cultural andaluz”, o lo que es lo mismo: 2.200 euros, y encima nos mandan tocar las palmas. José López Romero.


sábado, 31 de octubre de 2015

LA CASO

La verdad sea dicha: iba a escribir de Chus Visor y aquella polémica entrevista que se publicó en los medios de comunicación allá por principios del verano (apenas ha llovido pero ¡cómo pasa el tiempo!), incluso la entrevista realizada a Ángeles Caso y publicada en este diario (Diario de Jerez, el pasado 9 de octubre) me había recordado la del famoso editor de poesía porque mientras este afirmaba tan campante que la poesía femenina en España no está a la altura de las grandes novelistas, la Caso se lamentaba en la suya de que “la literatura que hacemos las mujeres se mira de forma distinta a la de los hombres”. Y no es que estuviera con esta frase replicando a Visor, ya que ambas entrevistas no tienen relación entre sí; es más, al ser esencialmente novelista Ángeles Caso no debería haberse sentido aludida por las declaraciones del editor. Pero ¿realmente tiene razón la Caso? ¿se mira de forma distinta la literatura escrita por mujeres a la de los hombres? Yo creo que no. Digo más, lectores y lectoras hay que no se pierden las novedades de muchas de las narradoras actuales, entre las que Almudena Grandes quizá se lleve la palma de la afición. Tengo para mí que Ángeles Caso aprovechó la entrevista para lamentarse de lo terrenal, es decir, de sus problemas con la Hacienda pública, más que para protestar por la distinta forma de ver la literatura escrita por mujeres. Bajo la apariencia de que ella no va de víctima con la que le está cayendo al resto de la humanidad que sufre en silencio bajo la férula del PP (el culpable según Caso de todos sus males), se lamenta de cómo la Agencia Tributaria la ha terminado por arruinar, hasta el punto de que ya no puede vivir de la literatura. En otra entrevista, anterior a la de este Diario, publicada en distintos medios de comunicación el 15 de mayo de este mismo año, la Caso ya utilizaba la prensa como paño de lágrimas de sus asuntos con Hacienda, entrevista que es un monumento al cinismo. En ella se quejaba de que muchos escritores no están enterados de lo que pueden desgravarse (“El problema con el que se encuentran los escritores es que no saben qué es desgravable en su profesión”), ¡y eso lo dice una señora con carrera universitaria!; y con la mayor de la desfachatez se añade: “Señalan que todos los gastos de internet, luz, agua y calefacción podrían entenderse como gasto profesional. Caso pone un ejemplo más penoso para los bolsillos, el de los viajes. "Si no viajamos no vendemos libros, muchas veces damos conferencias o tratamos de documentarnos y eso forma parte de nuestro trabajo, no son viajes de placer", explica.” Todos sabemos que las conferencias se pagan bien y que los gastos de promoción al final benefician al escritor por las ventas. Y finalmente, los que llevamos más de lo que acostumbramos a recordar en esto de la investigación, hasta una mísera fotocopia ha salido de nuestros bolsillos, por no decir viajes a archivos y bibliotecas, etc. Mucha cara hay que echarle al asunto para desgravarse viajes de promoción, conferencias e investigación. Mucho rollo bajo esa apariencia de corderito degollado por Montoro. José López Romero.  

sábado, 17 de octubre de 2015

VECINDARIO

“Vecindario tranquilo, horizontal y florido”, así define el excelente escritor francés Philippe Claudel el cementerio que tiene enfrente de su casa familiar, es decir, el paisaje que ha visto durante buena parte de su vida. Me sorprendió la definición incluida en su libro ‘Aromas’, por la obviedad de sus tres adjetivos y, por ello, por la forma tan natural de referirse a un tema que a todos siempre nos produce cierto escalofrío: la muerte. Y es que cuando se convive (vecino) tan de cerca y tan habitualmente hasta con los asuntos o circunstancias más aterradoras, estos pierden el sentido trascendente o macabro. Los médicos con las enfermedades; los profesores con los suspensos; las fuerzas de seguridad con el terrorismo y la delincuencia… el trato cotidiano profesionaliza ese trabajo o esa relación que no pierde el prestigio de lo desconocido para el resto de los mortales, en este caso nunca mejor dicho. Sin embargo, la literatura en torno a los muertos ha tenido a lo largo de todos los siglos el tratamiento respetuoso que a los vivos siempre nos ha merecido este asunto, a veces más íntimo (elegías), otras más solemne, los escritores en general pocas bromas se han permitido si no es en las representaciones del infierno. Por eso el pequeño texto de Claudel nos sigue estremeciendo por la espontaneidad con que describe y compara el cementerio (“Ciudad en miniatura, con barrios miserables… y otros lujosos”), los olores en descomposición (“esos montones de dalias marchitas, esa ajada acumulación de crisantemos…”) y los colores de esas mismas flores que adornan las sepulturas y que pronto perderán su esplendor “como recién casadas abandonadas por sus jóvenes y veleidosos maridos el día siguiente de su boda”, la comparación, como otras del texto, contribuyen al tono distante, frío, como el mármol, con que Claudel se acerca al espacio que ocupan sus vecinos de toda la vida, a sus muertos. José López Romero.


sábado, 10 de octubre de 2015

COMPROMISO

“Quienes tienen la generosidad de interesarse por mi trabajo o son contrarios a él han planteado con frecuencia la misma cuestión. Después de leer mis libros, durante un seminario o al término de una conferencia, ya con vacilante cortesía, ya en tono de reproche: “¿Cuáles son sus ideas políticas? En todos sus escritos sobre historia y cultura, sobre educación y barbarie, ¿por qué no hay ninguna franca declaración de su ideología política?...”, esta cita (perdóneme el lector su extensión) es el inicio del ensayo titulado “Petición de principio” incluido en el volumen Los libros que nunca he escrito de George Steiner. El célebre pensador no tiene otra justificación a su aislamiento de la res publica que su contrario: su obsesión por resguardar su privacidad. No deja de ser un tanto lamentable que sigamos exigiendo ya sea a personajes públicos, ya incluso a un recién conocido su posición ante cualquier acontecimiento, ideología o afición, y así vamos catalogando a las personas y, lo que es peor, las rechazamos o nos atraen por el equipo de fútbol del que es aficionado (seguro que más de un lector se niega a leer a un escritor por ser aficionado del Madrid o del Barcelona), por sus ideas políticas o por defender una causa social con la que no estamos de acuerdo o que defendemos con la misma pasión. Esa exigencia de tomar partido la sufrió en tiempos más convulsos y peligrosos para su propia integridad física el propio Erasmo de Rotterdam, a quien continuamente primero en su estancia en Lovaina y posteriormente en Basilea, le insistían en que se declarase a favor o en contra de Lutero. La presión sufrida por el gran humanista nada tenía que ver con un natural tan pacífico que rayaba en la pusilanimidad de carácter. “Concordia, paz, sentido del deber y benevolencia eran valorados en sumo grado por Erasmo” nos dice Huizinga en la excelente  biografía del roterodamés, virtudes que precisamente no compartía el vehemente reformista alemán, hasta el punto de que Erasmo se vio obligado a negarlo en numerosos escritos: “no conozco a Lutero”. A Steiner, a Erasmo y a tantos otros intelectuales  en un momento de sus vidas se les ha exigido que tomen partido, que declaren sus ideas políticas o religiosas, cuando todos sus escritos son una enorme manifestación de su compromiso personal con el ser humano, con sus virtudes y con sus defectos, el compromiso del hombre con su tiempo y con la historia, porque no hay mayor dignidad de un pensador que poner al servicio, declararles a sus lectores los ideales humanos por los que debemos luchar, al margen de ideas o aficiones. Ese es el verdadero y sincero valor de humanistas como Erasmo, como Steiner. Poner una firma en un manifiesto, afiliarse a un partido político, declararse de izquierdas o de derechas no es más que un gesto para una galería ansiosa por catalogar. José López Romero.


viernes, 28 de agosto de 2015

RESEÑAS DE VERANO 5

En el café de la juventud perdida
Patrick Modiano. Compactos Anagrama, 2014.

Después de haber leído “Calle de las Tiendas Oscuras” y “Dora Bruder” y ahora “En el café de la juventud perdida”, puedo afirmar que el último premio Nobel (2014) Patrick Modiano es un autor muy recomendable en todos los aspectos. Quizá a algunos lectores les llegue a cansar que en estas tres novelas el escritor nos plantee el mismo asunto: la investigación sobre el pasado del protagonista, y, sin embargo, es esa constante lo más interesante de las narraciones: cómo Modiano nos va llevando por los laberintos, siempre misteriosos, de las vidas que se entrecruzan de unos personajes cuyo pasado se intenta reconstruir. En esta novela es la vida de una muchacha, Jacqueline Delanque o Louki, como le llaman en el café Le Condé al que suele acudir, la que se analiza desde varias perspectivas. Una interesante reflexión de cómo las vidas de unos se van colando en las existencias de otros. J.L.R. 

El gran cambiazo
Roald Dahl. Compactos Anagrama, 2002.


En alguna ocasión ya hemos reseñado o comentado alguna obra de Roald Dahl, quizá más conocido por su producción literaria para el público infantil con títulos como “Matilda” o “Charlie y la fábrica de chocolate”. Pero aquí traemos al Dahl magistral escritor de relatos para adultos. “El gran cambiazo” es el relato que le da título a todo el volumen, y quizá merezca ese honor por la trama y cómo la resuelve el autor, pero ninguno de los incluidos en este libro desmerece de los demás. Con sus relatos (publicado también en Anagrama “Relatos de lo inesperado”) Dahl le ofrece al lector excelentes momentos de ese humor británico que tiene a la ironía como uno de sus principales ingredientes, y a escritores como Alan Bennett y John Mortimer como buenos cultivadores. Además, la literatura de relatos es muy agradecida para cualquier lector… y si encima nos hace reír… J.L.R.

martes, 18 de agosto de 2015

RAFAEL CHIRBES

El sábado pasado, día 15 de agosto, fallecía Rafael Chirbes en Tavernes de Valldignas (Valencia), a los 66 años de edad. Aunque sus éxitos más notorios le han llegado a este magnífico escritor con sus novelas Crematorio, con la que obtuvo varios premios (el de la Crítica) y fue llevada a la televisión, y En la orilla (también premiada con el Nacional de Narrativa), Rafael Chirbes ha sido un escritor de largo recorrido y con justo mérito pertenece a ese selecto o escogido grupo de escritores que nunca defrauda al lector en todo lo que este quiere encontrar en una novela, ya sea simple entretenimiento, ya intriga, es decir, los ingredientes perfectos para que no se pueda dejar la lectura y, sobre todo, contado con una excelente calidad en el estilo. Chirbes es un ejemplo de esa tradición de narradores españoles que desde Cervantes han dado lustre y esplendor a nuestra literatura. Destacamos aquí la reseña de una de sus breves narraciones titulada La buena letra.

La buena letra
Rafael Chirbes. Anagrama, 2007


La buena letra es una novela de corta extensión pero de una intensidad y un desgarro que conmueve al lector más impasible. Solo la narradora se da cuenta de que después de la Guerra Civil y a pesar de lograr sobrevivir a ella, hay otra guerra, la más cruel, la que va minando a los personajes, que es el egoísmo, la falta de comunicación, la soledad de unos hombres y mujeres que no consiguen ser felices, porque no logran superar el rencor. Muy aconsejable. J.L.R.

martes, 11 de agosto de 2015

RESEÑAS DE VERANO 4

Un paraíso inalcanzable
John Mortimer. Libros del Asteroide, 2013.

Tras la muerte de Simeon Simcox, peculiar párroco de pequeño pueblo inglés Rapstone Fanner, cuando se abre su testamento alguno de los miembros de su familia (su hijo Henry) se lleva una desagradable sorpresa: le deja todas las acciones de la cervecera Simcox a Leslie Titmuss, diputado conservador local y a la sazón ministro del gabinete de Margareth Thatcher. Pero este no es más que el motivo de una novela muy recomendable, que posee todas las buenas virtudes de la mejor literatura inglesa: humor, ironía, magnífico diseño de personajes, a cual más peculiarmente inglés, y una trama por la que el lector transita con placer y curiosidad. Muchos personajes nos recuerdan las mejores series televisivas, en las que los ingleses son también maestros, el mismo Mortimer ha sido guionista de algunas de ellas, e incluso este libro ha sido pasado a serie de t.v. Novela que forma parte de una trilogía. J.L.R.

A cada cual, lo suyo
Leonardo Sciascia. Tusquets, 2009


He leído ya varias novelas de este gran escritor italiano (Sicilia, 1921 – Palermo 1989) y siempre que termino una, siento que debo leer más porque Sciascia es de estos narradores que no terminan de darte todas las claves de sus novelas y cree el lector que leyendo otras puede descubrir todo lo que nos esconde. Pocos le hacen caso al anónimo de amenaza de muerte que recibe el farmacéutico del pequeño pueblo en el que se ambienta A cada cual lo suyo, pero cuando a los pocos días aparecen muertos el amenazado y el médico, empiezan las investigaciones y, como no podía ser menos en un pueblo, las especulaciones. Solo el callado y huraño Paolo Laurana, profesor de Latín del Instituto de la capital, logra para su desgracia desentrañar el misterio. Magníficas las escenas de casino, la figura del párroco y las reacciones que produce en el profesor la viuda del médico. J.L.R.

sábado, 1 de agosto de 2015

RESEÑAS DE VERANO: PHILIPPE CLAUDEL

Almas grises
Philippe Claudel. Salamandra, 2005.

Philippe Claudel pertenece a esa generación de escritores franceses que tomaron el relevo de aquella tan polémica como excelente “nouveau roman” con Alain Robbe-Grillet o Nathalie Sarraute y cuyo colofón fue la concesión del Premio Nobel en 1985 a Claude Simon. De la promoción de Claudel también podemos destacar a Delphine de Vigan. Guionista de cine y televisión y con varios premios de prestigio en su haber, Philippe Claudel nos ofrece un relato al que mejor no le puede quedar el título: almas grises, como la del fiscal Pierre-Angel Destinat, como la del propio narrador que, después de veinte años, nos va a contar todo el proceso de investigación que llevó a cabo a raíz del asesinato de “belle de jour”, apodo con el que se le conocía a la hija menor del tabernero del pueblo, una niña de 10 años. Sin embargo, el propio narrador no nos descubre hasta el final un secreto que lo lleva atormentando desde aquellos años. J.L.R.

El informe de Brodeck
Philippe Claudel. Salamandra, 2008.


Cuando terminé “Almas grises” sabía que debía leer alguna novela más de este escritor francés, que me había maravillado con una prosa tan elegante como certera. Como lector sé de los riesgos que se corren al leer otra obra del mismo autor después de haber disfrutado de la primera; pero en este caso, el riesgo se ha convertido en confirmación de que Claudel y su literatura merecen incluso una tercera entrega. “El informe de Brodeck” tiene el mismo comienzo que “Almas grises”: un asesinato, en este caso del “Anderer”, un extranjero que termina por afincarse en un pueblo marcado por la reciente guerra; marca que lleva grabada a sangre y fuego nuestro protagonista, Brodeck, un terrible superviviente al que le encomiendan que redacte un informe sobre lo acaecido. El ambiente de aislamiento y las secuelas de una guerra producen una atmósfera de tensión que Claudel sabe dosificar a la perfección. Una excelente novela. J.L.R. 

sábado, 25 de julio de 2015

RESEÑAS DE VERANO 2

Tiempo y mundo
Stefan Zweig. Juventud, 2004.
En el epílogo a este libro su primer editor, Richard Friedenthal, explica la intención de Zweig de recoger en varios volúmenes sus pequeños textos en prosa fruto de sus narraciones de viajes, conferencias y crítica literaria. Este titulado Tiempo y mundo es la segunda entrega (la primera se titula “Encuentros”) y recoge estos textos de 1904 a 1940. Dividido en tres apartados (“Hombres y destinos” que se ocupa de la crítica literaria; “Tierras y paisajes”, de los viajes; y “Tiempo y mundo” en el que agrupa reflexiones sociales y políticas), la brevedad de los textos y el estilo siempre ameno de Zweig, hacen que se lea con agrado y fluidez, sin menoscabo de la profundidad de los pensamientos e ideas de uno de los grandes escritores del siglo XX. Leer a Zweig no solo es un placer, sino un enfrentamiento con la historia más reciente de Europa, de la que ni él ni nosotros debemos estar muy orgullosos. J.L.R.

Persecución
Alessandro Piperno. Lumen, 2013.

Leo Pontecorvo lo tenía todo: éxito profesional como pediatra y profesor de la facultad de medicina; una excelente familia, con su mujer Rachel, y sus dos hijos varones, Filippo y Samuel; y pese a su madurez, seguía siendo un hombre atractivo que despertaba la admiración de sus alumnas. Pero (y siempre hay un “pero”), la inconsciencia o el jueguecito peligroso van a volver su vida del revés: el cruce de cartitas con la novia de su hijo pequeño, Camilla (14 años), un tanto subidas de tono. A la acusación de depravado, aireada por todos los medios de comunicación, se le añade que el personaje ya estaba bajo sospecha por la mala contabilidad de la clínica donde trabaja. Novela de descenso a los infiernos, en la que destacan personajes como el abogado Herrera del Monte, la propia esposa, el análisis de la vida conyugal y sobre todo la voz del narrador: irónica, burlona, pero también compasiva. J.L.R. 

viernes, 17 de julio de 2015

RESEÑAS DE VERANO 1

Defensa personal
Juan Bonilla. Renacimiento, 2009.

¿Cómo es posible que no se lea poesía en estos tiempos que, precisamente por lo inhóspitos, tan necesaria se hace? Y más teniendo en cuenta que en el mercado nos podemos encontrar con colecciones asequibles, entre ellas, la que hace ya unos años ha ido publicando la editorial Renacimiento, con un diseño tan atractivo como su precio. Una magnífica colección de poesía que acerca a los lectores antologías de los mejores poetas actuales. La que aquí reseñamos es la que se dedica al jerezano Juan Bonilla, más conocido por su obra en prosa, que por sus poemas, como suele ser habitual cuando tantos premios se han obtenido con novelas y relatos. Pues bien, la obra poética de Bonilla bien merece que se le preste atención, porque en ella descubrimos el tratamiento los temas universales con ironía (quizá una de sus constantes más significativas), pero sobre todo con una ternura y una angustia que sorprenden y emocionan al lector. J.L.R.

viernes, 19 de junio de 2015

MAGISTRI

Hace ya un tiempo en esta misma página comentaba la huella imborrable que los buenos maestros y profesores habían dejado en el escritor D. Pennac y que este recordaba en su libro Mal de escuela. Desde hace ya varios años muchos de estos buenos docentes aprovechan la posibilidad de jubilarse y abandonan nuestras aulas, testigos de tanto esfuerzo, dedicación, saber y cariño que los buenos alumnos saben agradecer, una pérdida de recursos humanos de prestigio que no nos podemos permitir, pero en la educación de este país, de nuestra comunidad está visto que lejos de mejorar las condiciones de trabajo, el profesor solo piensa en huir de una labor que nunca, y en estos últimos tiempos menos, ha sido reconocida. En este curso en nuestro I.E.S. P. L. Coloma se jubilan compañeros a los que considero grandes amigos,  porque con ellos he compartido no solo el trabajo, sino inquietudes, aficiones y con algunos de ellos muchos libros: Mariela, Toñi, Sebastián, el páter Julián (toda una institución en el Coloma), Justo que ha compartido los sinsabores de la Dirección del Coloma, pues ha sido el Vicedirector durante los seis años que llevamos en estos menesteres y ha proyectado sobre el cargo la misma dedicación, la misma vocación docente que en su faceta de profesor. Y cuando uno echa la vista atrás, se da cuenta de todo el bagaje personal que ha ido acumulando bajo la influencia de grandes docentes, en los que uno modestamente ha querido reflejarse, y un excelente ejemplo es mi amigo Juan José Cienfuegos, con el que tengo la deuda impagable de su amistad leal desde aquellos maravillosos años en el I.E.S. Asta Regia, y de tener el privilegio de haber compartido con él los 24 años que llevamos en el Coloma, casi toda la vida profesional. Él me ha transmitido su afición por las nuevas tecnologías, con la misma pasión con que hemos querido a Erasmo de Rotterdam, a los grandes clásicos grecolatinos, su especialidad, o a sus queridos gallegos, Cunqueiro y Torrente Ballester, o la novela inglesa de humor, de la que hablábamos hace solo unos días. Se van los compañeros, notamos su ausencia, pero se van los amigos y el corazón del Coloma se queda un poco más vacío. Vale, magister. José López Romero.



sábado, 6 de junio de 2015

LA PERINOLA

Peonza pequeña que baila cuando se hace girar rápidamente con dos dedos un manguillo que tiene en la parte superior. El cuerpo de este juguete es a veces un prisma de cuatro caras marcadas con letras y sirve entonces para jugar a interés”; así define el DRAE este vocablo. Pero no nos interesa por su significado, sino porque con este término tituló don Francisco de Quevedo “la que es sin duda la más eficaz, divertida, original y maligna de cuantas sátiras literarias se han escrito en español. Así lo sintieron sus coetáneos, y así lo prueba la abundancia de manuscritos que la reproducen” (Jesús M. Morata, editor de la sátira). En efecto; hasta medio centenar de manuscritos se cuentan de esta “Perinola” que, según Jauralde Pou (que la incluyó en su edición de las “Obras festivas”. Editorial Castalia), cierra el número de obras satíricas compuestas por don Francisco, entre las que podemos destacar “El Chitón de las Tarabillas” o la feroz “Execración contra judíos” o, más cercanas a la “Perinola” por el tema que tratan, “La Culta Latiniparla” o el “Libro de todas las cosas”. El motivo o blanco de la sátira quevediana fue la publicación de la miscelánea titulada “Para todos” del dramaturgo Juan Pérez de Montalbán, al que el célebre poeta madrileño ya le tenía cierta ojeriza no solo porque su padre, librero de profesión (“sastre de libros y encolador y zapatero de volúmenes” lo llama Quevedo), había tenido ciertos problemas con las obras de don Francisco, sino también porque Montalbán hijo era discípulo confeso de Lope de Vega, motivos a los que hay que añadir la figura del predicador fray Diego Niseno, tan estrecho amigo de la familia Montalbán como enemigo de Quevedo, al que le negó la aprobación en 1629 de su obra “Juguetes de la niñez”. Y si la dedicatoria de la “Perinola” ya nos pone en situación (“Al doctor Juan Pérez de Montabanco, graduado no se sabe dónde, en qué, ni se sabe ni él lo sabe”), los inicios no son menos hirientes: “una dueña… con una voz sin huesos y unas palabras mamadas a tabletazos de las encías, dijo: “Si es para todos, será la muerte”. Sin embargo, detrás de la crítica a un género, el de las misceláneas u oficinas, tan de moda en la época desde el siglo XVI, esconde Quevedo “el menosprecio por un estamento de oficiales al que no se considera digno de acceder al ejercicio de las letras” (Pedro Ruiz Pérez). Un concepto elitista de la literatura propio de un escritor como Quevedo, tan orgulloso de la clase social a la que pertenecía. Sin embargo y como suele suceder en estos casos, la “Perinola” tuvo el efecto contrario al pretendido por don Francisco, lejos de convertir el “Para todos” de Pérez de Montalbán en un fracaso, el libelo no hizo más que acrecentar la curiosidad de los lectores de aquella primera mitad del siglo XVII y fue todo un éxito editorial, reimpreso y traducido numerosas veces. ¡Cuántas veces habrá pasado lo mismo! José López Romero.


sábado, 30 de mayo de 2015

INTELECTUALES

Pintura de Xulio Formoso
Acabo de leer el discurso que pronunció Juan Goytisolo en el acto, solemne, de entrega del Premio Cervantes de 2014, celebrado el pasado 23 de abril en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares. Naturalmente, casi todos los medios de comunicación se han deshecho en halagos ante un discurso al que han calificado de “indignado” y “reivindicativo”. Y a continuación he leído la crítica que Fernando Aramburu publicó al día siguiente, en la que daba toda clase de razones por las que no le había gustado el discurso de Goytisolo. Entre estas, destaco la falta de coherencia del autor de “Señas de identidad” al defender el compromiso del escritor, cuando él lleva casi toda la vida al margen de una sociedad con la que ahora dice sentirse comprometido desde su dorado retiro en Marrakech, ciudad de un país que no se caracteriza precisamente por defender los derechos humanos y del que salen muchas de las pateras que naufragan en nuestras costas. Así, Aramburu comenta que “es más fácil y menos peligroso indignarse en España y, sobre todo, contra España”, porque lo dicho por Goytisolo en Alcalá difícilmente se le permitiría en Marruecos, y él lo sabe. La pose del intelectual acomodado y de “vientre sentado” (expresión de Cernuda que Goytisolo cita en su discurso), que se indigna o que critica al sistema que precisamente le rinde honores o le ha llenado barriga y bolsillos es, por desgracia, muy común. Más de uno o una han venido por Jerez, han preguntado por el tipo de público que va a acudir a su improvisada pero bien pagada charla y ha soltado las dos socorridas gracietas contra Aznar y ya tiene a buena parte de ese público embotado, entregado y dispuesto a tragarse lo que le eche el intelectual de turno, por mucha bazofia que sea, porque a veces no tiene la honradez de prepararse ni dos folios, pero que cobra con la misma religiosidad que bebe y come, lo que no deja de ser su pequeña contribución a la corrupción de nuestro país ¿o eso no es corrupción?. José López Romero.

viernes, 22 de mayo de 2015

MUÑECAS HINCHABLES

Acababa de terminar el artículo que dediqué hace unas semanas a aquella obra de arte “el vaso medio lleno”, en el que reflexionaba sobre el fraude en el arte moderno, cuando cae en mis manos El chico de la última fila de Juan Mayorga, una más que recomendable obra de este reconocido hombre de teatro. Y en ella, al hilo de las relaciones o redacciones entre profesor y “chico de la última fila”, Germán (el profe) mantiene ciertas discusiones con su mujer, Juana, quien gestiona una galería de arte moderno, cuyos dueños están a punto de cerrar por ser un negocio ruinoso. No es para menos. Germán le reprocha a Juana la exposición de muñecas hinchables, a lo que su mujer le recrimina que dicho de ese modo parecería que había convertido la galería en un sex-shop, cuando una muñeca “llevaba la cara de Stalin, otra la de Franco... Tenía un sentido”, para apostillar finalmente “Para quien quisiese vérselo.” Pero aquí no queda la cosa. Ahora Juana, para levantar el negocio y mantener su puesto de trabajo, está preparando una exposición de “objetos normales, pero manipulados para producir un extrañamiento”. Entre ellos, Germán cuenta un ventilador o un reloj pero con trece números, que Juana explica del siguiente modo: “el artista interviene en el espacio doméstico poniendo de manifiesto rasgos que, de tanto verlos, ya no percibimos…” Pero lo que ya deja patidifuso a Germán es “la pintura verbal”, “la voz del autor describiendo un cuadro”. El artista ha pintado previamente doce acuarelas, ha grabado en un cd sus descripciones y, una vez terminado dicho proceso, las ha destruido; y su propuesta final consiste en colgar de la pared unos auriculares o en un marco vacío, así los oyentes del cd se convierten en cocreadores de un cuadro que se describe con palabras pero nunca se verá. Germán no resiste más las moderneces de arte que pretende vender su mujer, y concluye: “si para salvar la galería tienes que exponerme en una vitrina, aceptaré el sacrificio. Pero no me pidas que me deje tomar el pelo”. Conclusión: Germán también ve el vaso medio vacío. José López Romero.


viernes, 1 de mayo de 2015

HISTORIAS DE UN DIOS MENGUANTE

Cuando leo algunos de esos artículos que mi compañero de página dedica al libro y la lectura en nuestra ciudad, impregnados de un pesimismo que raya en lo apocalíptico, aunque no le falta razón en muchas de sus afirmaciones (un buen ejemplo es el que se incluye en esta misma página y que titula “Hopper”, en honor al magnífico pintor norteamericano), me asalta la sensación de que somos pocos los lectores que aún quedamos sobre la faz de esta ciudad (o incluso sobre la Tierra), y que formamos como ese grupo de últimos supervivientes después de una guerra nuclear que tantas veces, con mejor o peor fortuna, ha recreado el cine de ciencia ficción; unos Denzer Washington en El libro de Eli, a los que se les ha encomendado llevar un libro que debemos proteger para salvar una civilización que está a punto de desaparecer. Así visto, la sesión del club de lectura, a la que Ramón alude también en su artículo, celebrada el sábado en la biblioteca municipal con la asistencia de Pepe Mateos, autor del libro que comentábamos, Historias de un dios menguante, ya pasados unos días se me aparece en la memoria como una pequeña y clandestina reunión de lectores que se atreven a rebelarse contra un mundo hostil al papel impreso y toman como maravilloso objeto de su rebeldía los conmovedores relatos de este autor jerezano. Y la verdad es que con un poquito de imaginación futurista, la sala en la segunda planta del edificio, cerrada al público, la entrada dispersa de los asistentes, el libro oculto entre carpetas y otros objetos… no hay que irse muy lejos hacia el futuro, sino más bien hacia el pasado para que en otras circunstancias nos hubiesen aplicado la ley contra el derecho de reunión. Y sin embargo, la sesión del sábado, la presencia de Pepe Mateos, los relatos que incluye en su libro fueron, hasta para los más recalcitrantes pesimistas, una verdadera fiesta de la literatura, una celebración, íntima sí y especialmente conmovedora, del libro en general, de Historias de un dios menguante en particular y de su autor, porque ni los lectores tienen todos los días la oportunidad de intercambiar con los escritores sus impresiones, ni los escritores conocer hasta dónde y cuánto han calado sus historias en el ánimo de sus lectores. Porque la literatura de Pepe Mateos es sobre todo conmoción, un zarandeo al lector más impasible, historias cercanas, de vidas que pudieron ser y de personajes que terminan por reconciliarse consigo mismos porque su autor ni a los más despreciables les niega su generosidad. Relatos llenos de poesía porque Mateos es ante todo y por vocación un poeta que mira y analiza los sentimientos de sus personajes con la mirada distinta que solo los poetas son capaces de tener. Una fiesta de la literatura cuyo broche final lo pusieron Mamen Ramírez, que leyó, y Sara Martín que puso música a unos haikus del propio Pepe. Ahora, después de escribir este artículo no tengo la sensación de haber sido un clandestino, sino un privilegiado, el privilegio de haber compartido con unos amigos y con unas amigas un momento maravilloso y espero que repetible. José López Romero.   

domingo, 19 de abril de 2015

SILVER KANE

Apagadas ya las pocas luces que iluminaron el modesto homenaje que se le rindió al gran Francisco González Ledesma con motivo de su fallecimiento el pasado 2 de marzo, quiero recordar aquí el artículo que le dedicamos el 14 de noviembre del año pasado bajo el título “Deuda”. En él destacaba al González Ledesma escritor de novela negra y creador de la figura crepuscular del comisario Ricardo Méndez, como protagonista, ejemplar en su género, de novelas tan recomendables como “Expediente Barcelona”, “Una novela de barrio” o “Crónica sentimental en rojo”, con la que obtuvo el premio Planeta de 1984. Un premio que venía a engrosar la enorme nómina de galardones literarios que González Ledesma logró con sus narraciones. En aquel artículo también señalaba su novela breve “El adoquín azul” como una pequeña obra de arte, en la mejor tradición del género narrativo breve de nuestro país. Pero hoy quiero destacar otra faceta de Ledesma, la del escritor que perseguido por la censura franquista tuvo que ganarse la vida escribiendo novelas populares, sobre todo del oeste bajo el pseudónimo Silver Kane, como también escribió novelas de amor con el pseudónimo Rosa Alcázar. Mi padre era un buen aficionado a aquellas novelas del oeste que se compraban en los quioscos a muy bajo precio y que incluso se cambiaban por otras de segunda mano. Más de una leí yo también por aquellos grises años del tardofranquismo y más de una bolsa llevé a los quioscos para su reventa en aquel siempre efervescente mercado de la segunda mano, que tenía como uno de sus centros neurálgicos los alrededores de la plaza de abastos. Por aquellos años, de escasa presencia de la televisión en los hogares, la lectura era uno de los pocos entretenimientos que podían permitirse los españoles y Ledesma contribuyó con su calidad literaria a satisfacer esa afición actualmente por desgracia casi perdida. Hoy, fallecido Ledesma, es un buen día para reconocerle de nuevo la “deuda” que los españoles de varias generaciones hemos contraído con sus novelas, un excelente día para leerlas. José López Romero.


domingo, 12 de abril de 2015

LOS HUESOS

Leo a José María Ridao en su trabajo “Renacimiento como relato” (incluido en su libro “Apología de Erasmo. Ensayos sobre violencia, barbarie y civilización”, que se reseña abajo) explicar el uso o selección que la historiografía hace de los materiales o datos de acuerdo con la intención o los “sueños y anhelos” del poder establecido, y me viene a la mente en una de esas extrañas asociaciones de ideas todo el despliegue científico que se ha montado en el convento de las monjas trinitarias de Madrid. Nueve meses de trabajo, una treintena de expertos, la más sofisticada maquinaria para la detección de restos humanos, más los pertinentes análisis de ADN, etc., etc. para encontrar unos huesos desperdigados dentro de un féretro con las iniciales M.C. Demos crédito a la ciencia y admitamos (que es mucho admitir) que los huesos hallados son exactamente los de Don Miguel de Cervantes Saavedra, y digo que es mucho admitir porque si a mí me enseñan tres huesos como carbones no tengo más remedio que creer que son del muerto que dice un señor con bata blanca que son. ¿Y qué si son de Cervantes? ¿Va a resucitar don Miguel? ¿Va a tener mejor muerte? Ese rastreo, persecución obsesiva por los huesos de los muertos ilustres no se entiende si no es bajo la sospecha de que algún fin espurio hay detrás del hallazgo; si no, no se gastarían tanto dinero público en algo que en apariencia no tiene más interés que la peregrinación turística y la foto del japonés de turno. Detrás de la obsesión por encontrar los restos mortales de García Lorca, otro muerto ilustre perseguido, se esconde indudablemente la manipulación política. Los expertos nos dicen ahora que con los novedosos mecanismos de análisis podemos saber hasta si padecía de estreñimiento nuestro príncipe de las letras, como si eso fuera un dato fundamental para explicar su obra (lo mismo sí). Y mientras científicos, políticos y a los que les gustan más un entierro que una feria se afanan por encontrar más huesos, el nivel de lectura de nuestro país sigue bajando en las estadísticas internacionales; no hay más que ver, da vergüenza, los mensajes sobreimpresionados en las pantallas de nuestros televisores: plagados de faltas de ortografía. Ese es por desgracia nuestro nivel cultural. ¿Quién lee ahora a Cervantes? Cuando precisamente el mejor homenaje que se le puede hacer a un escritor es leer su obra, no encontrar tres o cuatro huesos como tizones. Tengan por seguro que si el pobre de don Miguel volviera a esta España de hoy, borraría de su féretro las iniciales M.C., para no dejar huella, se metería de nuevo en la caja y mandaría cerrarla con siete llaves para que no lo pudiera encontrar una sociedad que nunca hemos hecho el suficiente mérito para merecer su obra. Este año se cumple el cuarto centenario de la publicación de la segunda parte de su “Quijote”, una buena oportunidad para encontrarse con don Miguel de Cervantes, en carne y hueso. José López Romero.  


sábado, 28 de marzo de 2015

EL VASO

“Father. ¿Qué te parece si en ARCO del año que viene expongo un platito de esos “deliciosos” (el diminutivo y el adjetivo, ironía materna) potajes que nos haces y le llamo “quien bien te quiere, te hará llorar”?”. Mi hija que para esto de las pullitas tiene una retentiva extraordinaria, había visto en la tele esa majestuosa obra de arte “el vaso medio lleno”, que se vendió en 20.000 euros, o esa montaña de papel triturado que alcanzó la cifra de 8.000. Ferias de arte como la de ARCO vuelven a poner sobre la mesa el ya viejo tema del fraude en el arte moderno. A los que nos hemos educado en un arte figurativo y, como mucho, podemos llegar a entender que existe otro arte más allá de las formas, nos suena a rollo de embaucador de feria (y nunca mejor dicho) eso de que “el arte hay que verlo primero con el corazón”, como se atrevió a afirmar en la tele una señora de cuyo cargo en ARCO no quiero acordarme. El “todo vale” que Vargas Llosa denunciaba en su “Civilización del espectáculo” (libro imprescindible), se radicaliza aún más en el mundo de las artes, donde sin escrúpulos ni pudor de ningún tipo te pueden vender un calcetín sudado por unos cuantos miles de euros (“No me des ideas, pá”, le oigo a mi hijo). No hace mucho saltaba a los informativos el caso de Damien Hirst y sus calaveras de diamantes o su tiburón en formol, otro fraude para muchos y, sin embargo, uno de los artistas más cotizados del momento. Este tipo de obras no hacen más que desvirtuar el concepto de arte por muy moderno que nos quieran hacer entender y, sobre todo, vender. No sé qué hará con “el vaso medio lleno” el comprador, que debe de tener un corazón tan pródigo como la cartera, pero lo que sí sé es que 20000 euros se pueden utilizar de forma mucho más beneficiosa para la humanidad. ¿El vaso medio lleno? Mi corazón lo ve medio vacío. José López Romero.


sábado, 21 de marzo de 2015

NIÑOS

No otra circunstancia que la casualidad puso en mis manos recientemente y en un plazo de tiempo muy corto, tres libros a los que si habría que buscarles algún punto en común, este sería sin duda la muerte de un niño o niña. Tres textos de tres autores diferentes, de nacionalidades distintas: “Deseo bajo los olmos” de Eugene O’Neill (estadounidense); “El misterio de Christine” de Benjamin Black (pseudónimo de John Banville, irlandés), y “Almas grises” de Philippe Claudel (francés). Mientras que en los dos primeros libros (drama el de O’Neill y novela el de Black) son recién nacidos o con pocos meses los asesinados, en “Almas grises” es el asesinato de “belle de jour”, una niña de 10 años, el suceso que da inicio a la trama del relato, aunque el narrador esconde un secreto del que solamente al final hará partícipe al lector y que está relacionado con lo que estamos contando. En las tres historias será la locura, la inmadurez o las bajas pasiones las causantes de estas muertes de inocentes que, por serlo, dotan al texto de una mayor dosis de tragedia. En “Deseo bajo los olmos” es el miedo de Abbie, la madre, a perder a su amante, Ebbe, el hijo menor de su viejo marido, lo que le lleva a matar al recién nacido al que cree el causante de su desamor o incluso rencor. Un padrastro inmaduro y violento, que no soporta el llanto de la niña a la que culpa del distanciamiento de su esposa, será el autor de la muerte de la pobre Christine en la novela de Benjamin Black; y, finalmente, un soldado con antecedentes criminales por violación que pasaba como desertor por los alrededores del pueblo, es el asesino de la dulce “belle de jour”, aunque más relacionado con las obras anteriores es ese secreto que esconde el protagonista y que no desvela hasta el final de la novela. La infancia maltratada hasta llegar a la muerte no es un tema ni nuevo ni excepcional en la literatura, recordemos, a modo de otros ejemplos, el pobre hermanillo de Pascual Duarte que sufre las patadas del amante de una madre desnaturalizada y al que le comen las orejas unos cerdos; o, yendo un poco más lejos, la muerte de niños en las novelas de Blasco Ibáñez (el niño Pasqualet en “La barraca”), punto de inflexión de la trama narrativa. Muertes sin sentido, inocentes que pagan con sus vidas los pecados de sus padres o las perversiones de los adultos; pero ninguna muerte más terrible que la del pequeño Rafael del relato segundo de “Los girasoles ciegos”, que no logra ni siquiera sentir el calor de su madre, Elena, muerta en el parto, y que solo al final encuentra el amor de su padre Eulalio, cuando este ya sabe que ambos van a morir. Hijo de la derrota en una guerra que no llegará a entender. La infancia es, sin duda, la gran damnificada de las guerras y de las crisis, de los problemas de los adultos que marcarán sus vidas para siempre –o sus muertes-. José López Romero.


viernes, 6 de marzo de 2015

EDICIONES

“¿Usted también escribe?” es el título de uno de los artículos de Jorge Ibargüengoitia incluido en el volumen “Revolución en el jardín”, que reseñamos en esta misma página. Y aunque recomiendo la lectura de todo el artículo y, por supuesto, de todo el libro por la fina ironía con que suele el escritor mexicano acompañar sus textos, para esta ocasión me interesa el dato con que inicia el artículo: “En Estados Unidos el número de personas que han escrito una novela es monstruoso. Muchas veces mayor, por supuesto, al número de personas que han publicado una novela”. En los años en que Ibargüengoitia escribió este texto sin duda era una evidencia (de ahí su “por supuesto”) que el número de novelas escritas en los EE.UU. fuera infinitamente mayor que el de las publicadas. En la actualidad, esta diferencia con ser también evidente no solo en los EE.UU., sino en todas las partes del mundo, incluida España, se está acortando, está disminuyendo con inusitada rapidez. Y buena culpa de ello la tienen dos elementos que de alguna manera están provocando que la edición de un libro, sea del tipo o género que sea, no se convierta en una tortura para su autor que le conduzca incluso, en casos extremos, a la propia muerte, como a John Kennedy Toole. Por un lado, los portales que en Internet se ofrecen para alojar cualquier tipo de publicación, en los que el escritor puede ofrecer su libro ya sea bajo pago o de forma gratuita; en este sentido, quizá sea Amazon, la empresa más fiable en todos los aspectos. Por otro, si el autor quiere darse un pequeño capricho, o la propia familia hacerle un regalo al joven (o no tan joven) literato, por un módico precio muchas editoriales (modestas pero de calidad) ponen al alcance una edición de 100 ejemplares en papel con los que puede felicitar Navidades a familiares, amigos e incluso a enemigos. ¡Todo un regalo… envenenado! José López Romero. 


domingo, 1 de marzo de 2015

BIBLIOTERAPIA

“Novelas que curan”, “la biblioterapia literaria”, así se titulaba un reportaje que hace unas semanas leía en una de esas revistas dominicales, como si el psicólogo al que hace referencia el dicho reportaje hubiese inventado o hecho el descubrimiento del siglo. Es más, en el mismo texto se hacía alusión a como en el antiguo Egipto ya se consideraba la lectura como medicina para el alma. El método, según declaraciones del doctor Berthoud, consiste en pasarle al paciente previamente un cuestionario en el que este indique gustos y hábitos literarios y, ya metidos en faena psicológica, explique el momento vital por el que atraviesa; y tras una entrevista o sesión de unos 50 minutos, el paciente se lleva su tratamiento en el que se incluye la medicación y seis o siete libros para leer y posteriormente dar su opinión sobre ellos. Así, dice el propio Berthoud, los pacientes tienden a hablar con más distensión y naturalidad de sus problemas personales si toman como referencia los problemas de los personajes de las novelas recetadas. Porque descubrir las obsesiones o los defectos en los demás, aunque sean seres de ficción, y analizar y hasta criticar  su comportamiento, son formas que nos ayudan a superar nuestras propias carencias o debilidades. Nada nuevo bajo el sol, de ahí la alusión a los egipcios para los que ya la lectura, sin necesidad de indicaciones médicas, era por sí misma una fuente de salud. No hace falta demostración ninguna para afirmar categóricamente que las artes en general tienen propiedades terapéuticas, la música es un ejemplo palpable de ello, como la contemplación de una hermosa pintura o escultura produce en sanos y enfermos efectos medicinales; sin embargo, de la literatura estas cualidades no se habían puesto tan de manifiesto o no se les había dado la importancia que se les había concedido a las artes antes citadas. Y en cuanto se publique en español el libro “The Novel Cure”, que ya está al caer, y cuya autoría comparte Berthoud con su compañera de estudios de Literatura Inglesa en Cambridge Susan Ederkin, a nadie debería extrañar que las librerías cambiaran la distribución de libros en sus anaqueles en lugar de géneros, por enfermedades, y que a aquellas acudieran los pacientes con recetas médicas. O incluso que en las farmacias dedicaran algunas de sus estanterías a libros. O, echando más imaginación, las bibliotecas públicas se lleguen a convertir en hospitales.  Pero mucho me temo que en este país en el que tan poco nos gusta ir al médico, pero colapsamos las urgencias, terapias como la lectura de libros tienen los días contados. Ya me imagino a más de uno que ante un tratamiento de choque de cinco libros, con el fin de mitigar sobre todo su ignorancia y de paso algún complejo mal curado en su infancia,  le rogará al doctor “¿y no tendría usted aunque fueran unos supositorios?”. José López Romero.

domingo, 22 de febrero de 2015

SILENCIO

A mi compañero de página le escuché hace ya tiempo la anécdota de aquel lord inglés que cuando el servicio le avisaba del pavoroso incendio que se había declarado en la casa, con la célebre flema británica le recriminaba al mayordomo que cuántas veces le tenía que decir que no quería ser molestado cuando leía. Una anécdota que por exagerada no deja de esconder su buena parte de razón: la lectura es una actividad que exige concentración y para ella, nada mejor que el silencio o la ausencia de cualquier accidente que perturbe la estrecha relación que debe mantener el lector con su libro. Confieso que las pocas veces que he intentado leer en otras condiciones que no sea rodeado de ese silencio cómplice, por ejemplo, delante de la televisión, no he llegado a enterarme ni de la primera línea, por lo que he desistido de hacer dos cosas a la vez, quizá sea debido esto a mi condición de hombre, como seguramente me diría mi mujer si esto estuviera leyendo, pero esta vez no se la voy a poner como a Felipe II. Mi sillón, mi mesa, solo la luz del flexo iluminando el tablero, la persiana echada y, ahora con el frío, sobre las piernas la mantita de lana que me ha hecho mi cuñada Encarna, y por supuesto un buen libro, son las condiciones perfectas para una buena y larga sesión de lectura que puedo acompañar con una humeante taza de café o de té. Pero está claro que no siempre disponemos de esos momentos extraordinarios, y de ahí que tengamos que aprovechar cualquier tiempo vacío o de espera para disfrutar de la lectura. Renuevo mi admiración por aquellos lectores que se concentran (como los que son capaces de dormirse) en cualquier situación o circunstancia, aunque ahora a los que veíamos en los transportes públicos lamentablemente han cambiado el libro por el móvil. Seguro que más de uno si se le quema la casa le hará un vídeo con el teléfono y se lo mandará por whatsapp a sus contactos. ¡Qué tiempos! José López Romero.


domingo, 8 de febrero de 2015

U.R.S.S.

Uno de los acontecimientos más importantes que trajo como consecuencia la Revolución rusa de 1917, fue la creación años más tarde (diciembre de 1922) de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. La muerte de Lenin en 1924 sirvió en bandeja todo el poder y el dominio de aquella enorme extensión al norte de Europa a Stalin. En 1928, cuatro años más tarde, Stefan Zweig viajaba a Rusia invitado por el gobierno para participar en las fiestas conmemorativas del nacimiento del gran escritor Leon Tolstoi. De este viaje Zweig dejará una interesante crónica en el volumen “Tiempo y mundo”, que reseñamos aquí hace varias semanas. Lo cerca y lo distante en tantas cosas que Rusia puede parecer de Europa es uno de los rasgos que Zweig destaca a primera vista; y una vez ya familiarizado con la idiosincrasia del alma rusa, admira en ella su sufrimiento, su exquisita sensibilidad hacia el arte, su cortesía hacia el extranjero; su conmovedora dignidad ante la falta de lo más esencial para la supervivencia, ante el hambre de todo un pueblo. A pesar de que el propio Zweig denuncia las carencias de los intelectuales, “no han mejorado ni en su forma de vida ni en disponer de una mayor libertad, sino que más bien han retrocedido a condiciones de vida más oscuras y opresivas y a un grado inferior de libertad material y espiritual”, la sensación que nos deja la crónica de Zweig es la del intelectual que confía en la Rusia nueva, y recrimina al orgullo occidental la hostilidad contra el bolchevismo. Vasili Grossman, el escritor de la célebre “Vida y destino”, moría en 1964 sin ver publicada su novela “Todo fluye”. En esta descarnada y terrible narración, Grossman va desgranando todos los crímenes, los genocidios, las masacres de campesinos que morían de hambre, las delaciones que condenaban a los campos de concentración a científicos e intelectuales, el estado del terror, en definitiva, que durante todo su mandato impuso a sangre y fuego Stalin. Iván Grigórievich, protagonista del relato, vuelve a su casa, en Moscú, después de haber pasado en un gulag treinta años, a consecuencia de su activismo político en la universidad. La novela alcanza sus momentos de mayor espanto cuando relata Grossman cómo mueren pueblos enteros de campesinos por hambre hacia 1930: “Para entonces tampoco quedaban gatos ni perros, los habían matado. Y eso que cazarlos era difícil: los animales tenían miedo de las personas, cuyos ojos se habían vuelto salvajes”. Entre la crónica de Zweig y el relato de Grossman muy poco tiempo ha pasado y, sin embargo, qué distintas las dos Rusia que cada uno describe, aunque ambos coinciden en la enorme capacidad de sufrimiento del pueblo ruso. Precisamente fue occidente, al que recrimina Zweig su hostilidad hacia el nuevo régimen, quien miró hacia otro lado, como tuvo ocasión de denunciar George Orwell, cuando se sabía con todo detalle lo que hacía Iósif Vissariónovich Stalin, uno de los grandes genocidas del siglo XX. José López Romero.