Con este título el poeta
y profesor Jacobo Cortines presentó este mismo año en curso su poesía reunida
(1975-2016). En la extensa e interesante “Adenda” final (“huellas de la
creación”) Cortines va desvelando, a modo de diario, su proceso creador, las circunstancias
que rodean la composición de muchos de sus poemas y, sobre todo, la lucha
individual –pero en realidad universal- del poeta con la materia poética para
hacerse con una voz personal. La finca familiar en Lebrija, “Micones”, los
paisajes marineros vistos y sentidos desde la urbanización portuense de El
Manantial, y especialmente la ciudad de Sevilla, en la que vive y en cuya
universidad ha ejercido la docencia como profesor de Literatura Medieval, y por
último su anhelada y soñada hacienda “El labrador” (magnífico el poema “Nombre
entre nombres”), son los espacios en los que Cortines se inspira y trabaja para
cincelar sus versos. El contacto tan íntimo con la naturaleza, campo y mar,
pero también con los paisajes urbanos se dejan notar en unos poemas que tienen
como constante esa relación entre sentimiento e imágenes y motivos naturales
(pájaros, flores, árboles) o las calles y plazas de la ciudad, y también con el
paso del tiempo; pero otras veces es solo al hombre y su doloroso vivir al que
escuchamos y que él mismo desnuda en ese diario final. Poemas como “Reflejo en
la ventana (autorretrato)”, o “Declaración”, o “Buenas noches”, por poner
algunos ejemplos nos muestran su proceso de introspección. Sin olvidar tampoco
la corriente social, el compromiso del escritor con su tiempo, en este caso
ante la guerra (“Europa”). Finalmente, tanto en la esclarecedora introducción
como en la “Adenda”, Cortines señala como punto de inflexión de su poesía la
“Carta de junio” dedicada a su padre, un poema en tercetos endecasílabos que
sin duda es el gran poema del libro. Cortines, fino traductor de Petrarca, nos
deja un poemario de mesilla de noche. José López Romero.
Julio Cortázar
"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)
sábado, 17 de diciembre de 2016
sábado, 3 de diciembre de 2016
ARTE Y LITERATURA
Al hilo de algunas
lecturas últimas y el lejano recuerdo de otras que más adelante citaré, me vino
a la memoria el otro día la anécdota que Juan Mayorga incluye en su obra ‘El
chico de la última fila’: le refería Juana, gerente de una galería de arte, a
su marido Germán, un descreído del arte moderno, la historia de aquel artista
que una vez pintadas unas acuarelas y grabadas en un CD la descripción de
estas, había decidido destruirlas y exponer, como si de los cuadros se tratara,
el disco que el espectador podía escuchar para hacerse una idea de lo que
habían sido las pinturas. Ante tal ocurrencia no nos sorprende y hasta
comprendemos la falta de fe y confianza del pobre Germán en una expresión
artística que más tiene de boutade que de verdadero arte. Y esto me venía a la
memoria porque la relación de las distintas artes con la literatura, con la
lengua en general siempre ha sido muy estrecha, aunque no exenta de grandes
dificultades; expresar con palabras los sentimientos, emociones o reacciones
que despiertan en un espectador un cuadro o una escultura o, más difícil aún,
la descripción de una pieza musical es un ejercicio literario que pone a prueba
la pericia y, lo más importante, el dominio de la lengua y, sobre todo, la
inspiración del escritor. ¿Cómo traducir en palabras las notas musicales que
provocan en los oyentes los más
exquisitos y profundos sentimientos? Entre los ejemplos que a vuela pluma
acuden a mi memoria lectora, el primero es la famosa ‘Oda a Francisco Salinas’
de fray Luis de León, por cuyos maravillosos acordes llegamos, llegaba el
fraile poeta al conocimiento de Dios y a la perfección del mundo, movido a
través de esa música celestial que salía del órgano de su amigo. La casualidad
ha hecho que algunas de mis lecturas recientes aborden el tema que aquí
tratamos: música y literatura. Muchos escritores han confesado la influencia de
la música en su literatura, como tuvimos ocasión de comprobar en Cortázar,
quien en su libro ‘Clases de literatura’ nos daba una lección de jazz; como
delicada y atormentada era la música, la relación amorosa que nace y muere
entre Erika y el joven violinista en la novela de Stefan Zweig ‘El amor de
Erika Ewald’. Tonos grises, otoños e inviernos de aquella Viena de finales del
XIX, música de nocturnos de Chopin, que transformamos en ragtime, en ritmos
populares, en el más puro jazz en aquel barco, el Virginian, del que nunca
saldrá Danny Boodman T.D. Lemon Novecento, el
protagonista de la novela de Baricco; o los acordes de ‘norwegian wood’ que
Reiko le saca a la guitarra en ‘Tokio blues’ de Murakami. Pero si un escritor tuviera que destacar, en mi
opinión, de aquellos que convirtieron en palabras la música, me quedaría sin
duda con Bécquer y su leyenda ‘Maese Pérez el organista’. Leer esta joya del
relato corto es escuchar al mismo tiempo esa música extremada que nos
transporta, como el órgano de Salinas a su amigo Luis de León, al cielo. Sin
olvidarnos tampoco de ‘El Miserere’. ¡Y no hace mucho estas leyendas se leían
en Secundaria! ¡Qué tiempos! José López Romero.
viernes, 25 de noviembre de 2016
CUSTOMIZAR
Hace unos días y paseando
por los comercios de una de las grandes superficies de la ciudad, bajo la
excusa de “hacer tiempo”, aunque ni mi mujer ni yo sabíamos para qué lo
hacíamos, a la madre (que es una blanda) se le ocurrió comprarle una camisa a
la niña. Cuando llegamos a casa, la niña cogió la camisa y unas tijeras, le
cortó una manga, le hizo dos sietes por los costados, le puso tres cintas
adhesivas y dos imperdibles y se la probó. A la camisa ya no la conocía ni la
madre o el padre que la cosió. “Mira, mamá. Ya he customizado la camisa”. Menos
mal que la madre (una mujer para un pobre), hizo de la manga sobrante un paño
de cocina y le respondió a la niña: “Mira, niña. Ya he customizado la manga”. Y
yo, que a todo esto asistía tan atónito como atento espectador, me pregunté
para mis adentros: ¿podría yo hacer esto con algún poema o relato? ¿podría
customizar una obra literaria hasta el punto de que no la conociera ni el padre
o la madre que la escribió? Debo aclarar que derecho y veloz me fui al
diccionario de la RAE y aún no se recoge en este un verbo tan lleno de
posibilidades y tan rico en experiencias. La verdad es que la imitación ha sido
desde que tenemos uso de conciencia literaria un concepto muy controvertido,
venerado en otro tiempo pero perseguido desde que se impuso la originalidad
como principio de creación. Hace ya unos años fuertes polémicas se levantaron
en los ambientes literarios por un quítame allá estas customizaciones, que
diríamos ahora. Porque de tomar prestados algún que otro verso o algún que otro
párrafo, por no hablar de páginas, se trataba; es decir, ponerle dos o tres
imperdibles a un poema o quitarle alguna manga al relato. Pocos intentos me
bastaron para darme cuenta de las escasas aplicaciones que tiene el verbo
customizar en literatura; en esa buena literatura que no consiente ni entiende
de parches ni remiendos. José López Romero.
sábado, 12 de noviembre de 2016
PREMIOS
¡Las casualidades que
tiene la vida! El mismo día en que los borrachuzos (Sánchez Dragó dixit) de la
Academia Sueca anunciaban la concesión del Premio Nobel de Literatura a Bob
Dylan, moría en Milán Darío Fo, el que recibiera el mismo premio en 1997. ¡Y
qué diferencia! ¡Qué distinta, imposible de comparar, la talla literaria del
escritor italiano con la del cantante, al que se le concede el premio por
“haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana
de la canción”! En el fragor de las copas supongo que no encontraron algo más
inteligente con que justificar la concesión. Hay años y galardonados en que se
observa una peligrosa deriva de estos premios que lejos de mantener el
prestigio, lo terminan por dilapidar. Pero volvamos a la Literatura. En unos
pocos meses Italia, y con ella toda la cultura de nuestro occidente, se ha
quedado huérfana de dos grandes escritores del siglo XX y comienzos de la
actual centuria: el ya citado Darío Fo y el gran Umberto Eco (fallecido también
en Milán, el 19 de febrero de este año). Ninguno de los dos, como los enormes
clásicos de la cultura renacentista que nos regaló la Italia del Quattrocento y
del Cinquecento, necesitan de presentación alguna. Fo es uno de los dramaturgos
más influyentes e importantes de la segunda mitad del siglo XX, con obras como
‘Muerte accidental de un anarquista’ o ‘Aquí no paga nadie’, por no citar sus
piezas cortas (algunas de ellas recogidas en su volumen ‘No hay ladrón que por
bien no venga’), heredero de la más clásica tradición teatral occidental, desde
las comedias latinas hasta el esperpento de Valle-Inclán; y Umberto Eco, quien
al margen de su labor como novelista y su emblemática ‘El nombre de la rosa’,
sigue siendo en sus trabajos la referencia obligada de los estudios
semiológicos, porque nadie como él estudió la relaciones del arte y todas sus
manifestaciones con el público; a sus tratados de semiología, habría que añadir
‘Apocalípticos e integrados’ o ‘Los límites de la interpretación’. Eco
pertenece a esa otra lista de escritores damnificados (con Borges a la cabeza),
a los que ni los efluvios etílicos consiguieron que le concedieran el premio
Nobel; premio que se hubiera sin duda prestigiado por contar en su nómina de
galardonados con este escritor. Y puestos a hablar de premios, ¿por qué las
editoriales o ciertos organismos públicos no se dedican a instituir premios
para escritores noveles, como hace unos días se quejaba en las páginas de este
Diario el joven novelista jerezano Alejandro Berrquero? ¿por qué no hay un
Planeta, o un premio nacional o de la crítica para una primera novela (opera
prima)? No cabe duda de que es más fácil y seguro apostar por consagrados por
aquello del balance final de resultados (ingresos – gastos). Y es que la
literatura al fin y al cabo no deja de ser para muchos más que un producto
comercial, como las canciones de Bob Dylan; y si no, que se lo pregunten a su
cuenta corriente. José López Romero.
viernes, 28 de octubre de 2016
POESÍA SOY YO
Título de
la antología y también respuesta al propio editor del volumen, Chus Visor,
quien el año pasado se dejaba caer con unas declaraciones sobre la poesía
actual española, en la que venía a decir, entre otras perlas, que no hay
grandes voces femeninas en la lírica española desde principios del siglo
pasado. Lo curioso (el negocio induce a estas contradicciones) es que sea la
editorial de Visor en la que se haya publicado esta recopilación a cargo de
Raquel Lanseros y Ana Merino y que recoge una excelente muestra de la poesía
femenina desde 1886 hasta 1960. Ochenta y dos mujeres tanto españolas como
hispanoamericanas (“poetas en español del siglo XX” se subtitula la antología)
bien representadas a través de sus poemas y que nos dan una visión bastante
completa de casi toda una centuria de poesía femenina. Pero dos antologías más
han venido en pocas fechas a sumarse a la de Lanseros y Merino: ‘(Tras)lúcidas’ (Barleby
ediciones) coordinada por Marta López Vilar que viene casi a completar a aquella,
pues el periodo que abarca es de 1980 a 2016, poesía última por tanto; y ‘20
con 20’, a cargo de Rosa García Rayego y Marisol Sánchez Gómez (Huerga &
Fierro) y, sin olvidarnos de la ya lejana ‘Mujeres de carne y verso. Antología
poética femenina del siglo XX’ (La esfera de los libros, 2002). Una respuesta
en toda regla no solo a las declaraciones de Chus Visor, sino a todo (o a toda)
aquel que piense que la poesía escrita por mujeres es de poco interés o que
estas no alcanzan la altura de los hombres. En Literatura, como en casi todos
los órdenes de la vida y sus actividades, establecer comparaciones sexistas
poco provecho produce si no es la provocación por la provocación con los
consiguientes conflictos, a los que esta sociedad actual tan sensible y tan
alerta está, a menos que otros objetivos se persigan con ello, que al lector
normalmente se le escapa. Pero tampoco caigamos en el victimismo bajo cuyo
manto se esconde la mediocridad. José López Romero.
viernes, 21 de octubre de 2016
MÁS QUE PALABRAS
Desde la
pérdida, tan triste como irreparable, del gran maestro don Fernando Lázaro
Carreter, y de ello ya hace una buena docena de años (2004), los que tenemos a
nuestra lengua como profesión, y en algunos casos también como devoción, una
sensación de cierta orfandad sentimos sin aquellos dardos en la palabra que don
Fernando con tanto tino y pulso firme escribía y publicaba en la prensa,
artículos que después reunió en dos volúmenes de obligada consulta para conocer
los engranajes de nuestro idioma y el uso, muchas veces chirriante, que de este
hacemos. Pues bien, el pasado verano la lectura de ‘Más que palabras’ del catedrático
y académico Pedro Álvarez de Miranda, me ha devuelto ese gusto e interés por
los asuntos y problemas lingüísticos con que leía los dardos de don Fernando. Y
a la manera de estos, el libro de Álvarez de Miranda es una colección de
artículos que su autor ha publicado previamente en otros medios, sobre todo en la
revista ‘Rinconete’ del Centro Virtual Cervantes. Destaca, y de ahí también la
referencia a los libros de Lázaro Carreter, la amenidad y, por momentos, la
fina ironía con que Álvarez de Miranda aborda los problemas, la mayoría
léxicos, que en sus artículos intenta aclarar y, especialmente, orientar al
lector. Porque, y esta es otra de sus virtudes y principios que el propio autor
defiende a lo largo del libro, no se trata en muchas ocasiones de aplicar la
norma con todo su rigor, sino más bien de describir usos, costumbres, e incluso
anomalías que una vez extendidas exigen cierto respeto, si no la
condescendencia del especialista. Para ello, admiramos el rastreo que el
lexicógrafo hace del origen de palabras y expresiones hasta llegar a la
aclaración de su devenir a lo largo del tiempo (expresiones como “Así se las
ponían a Fernando VII” o “pasarlas moradas”), o la divertida e interesante
confusión por deficiente lectura del manuscrito de un verso de Lope, que da
lugar a todo un altercado filológico; por no citar los artículos que dedica
Álvarez de Miranda a analizar las distintas variantes de algunas palabras
(“biruji”, “refanfinflar”), o el tan actual y lamentable problema del uso del
femenino/masculino (verduga/verdugo; modisto/modista). Pequeños ensayos en los
que, como decimos, el autor apenas quiere imponer la norma, aunque se muestra
escrupulosamente respetuoso con ella, sino mostrarnos a través de la historia
la plena vitalidad de una lengua. Y en esto Álvarez de Miranda nos da una
lección de cómo las palabras nacen (motivo de júbilo),
se reproducen (para nuestra satisfacción) y mueren, sin que tengamos la
obligación de celebrar un duelo con su consiguiente funeral y entierro; y es
labor del lexicólogo mostrarnos su procedencia, su uso, a ser posible el más
correcto, y dejar que los hablantes la empleen de la mejor manera posible, sin
rasgarnos las vestiduras. Un magnífico libro. José López Romero.
sábado, 8 de octubre de 2016
100 AÑOS
El pasado 29 de
septiembre hubiera cumplido don Antonio Buero Vallejo 100 años de vida, una
edad que solo alcanzan unos pocos privilegiados, quizá aquellos a los que se
les ha olvidado morirse o que la muerte se ha olvidado de ellos. No es el caso
de don Antonio, ni tampoco de Camilo José Cela quien también habría cumplido
ese número de años el ya lejano 11 de mayo. Y para conmemorar la fecha de este
último la RAE acaba de publicar la edición de una de sus mejores obras, ‘La
colmena’, con la inclusión en apéndice de los pasajes y páginas que la censura
prohibió en su edición española de 1963, aunque ya había aparecido la primera
en Buenos Aires en 1951. Y la misma RAE en su página web anuncia los actos que
se van a celebrar en honor de Buero Vallejo, aunque parece que no tiene
prevista la edición conmemorativa de ninguno de sus imprescindibles dramas,
pese a que estos también sufrieron las tijeras y la ignorancia de los censores
de turno, a cuya nómina perteneció el propio Cela. La historia de la literatura
española del siglo XX no se entiende sin estos dos grandes escritores, que
llenan por sí mismos dos capítulos esenciales de un periodo de la centuria
pasada, marcados por aquellos años posteriores al final de la guerra civil. En
el caso de Buero Vallejo con especial consecuencia, pues fue condenado a muerte
por aquellos tribunales militares franquistas que tan bien recrea Alberto
Méndez en el relato tercero de ‘Los girasoles ciegos’. Repasar las entrevistas
que en la red podemos encontrar de Buero, sobre todo la del programa “A fondo”,
es encontrarse no solo con el escritor, con el dramaturgo, el más importante de
la segunda mitad del siglo XX, sino sobre todo con un hombre que basó toda su
vida en esas virtudes que ahora echamos tan en falta en esta España de hoy: la
dignidad, la honestidad, la discreción. Las mismas virtudes que con tanta
maestría supo insuflar en sus personajes. Leer a Buero Vallejo es hoy una
necesidad, un ejercicio de higiene moral. José López Romero.
sábado, 1 de octubre de 2016
POKEMON GO
En la novela ‘El regreso
de Titmuss’ (Libros del Asteroide), que reseñamos más abajo, el médico Fred
Simcox recuerda cómo su predecesor en la consulta, el viejo doctor Salter,
cuando traía un niño o una niña al mundo siempre le daba la consabida palmada
en el culo y decía: “adelante, es lo máximo que puedo hacer por alguien que se
embarca en la vida”. Pues eso es, por lo que parece, lo que durante este verano
ha hecho la empresa Nintendo con el célebre fenómeno de los Pokemos, pero en
lugar de darles a sus seguidores una palmada, les ha dado una patada y los ha
puesto a andar, porque de eso se trataba o, al menos, así nos lo han querido
vender: hacer andar a una población demasiado ensillonada, sobre todo aquella
que precisamente juega en sus deletéreas consolas, fuente inagotable de
obesidad y colesterol. Visto así hasta habrá que darle a la empresa las
gracias. Pero cuando de movimiento de masas semovientes (y nunca mejor dicho)
se trata, la cosa se nos puede ir de las manos, y así atónito me quedaba al ver
en la tele reuniones masivas de perseguidores de esos muñecos, o viandantes que
arriesgaban su vida al cruzar una avenida con tal de alcanzar su presa. Así
visto, hasta habrá que reconocerle al invento su ingenio: una masa amorfa
detrás de unos muñecos con una de sus armas preferidas de la que no pueden
desprenderse: el móvil. Una de esas locuras de que solo son capaces los seres
humanos (no confundir con el ‘homo sapiens’). No hace mucho, apenas unos pocos
años, tanto mi compañero Ramón como yo en esta misma página celebrábamos la
idea puesta en práctica del fenómeno que se dio en llamar “bookcrossing”, es
decir, esos libros que un lector podía dejar en un lugar público (banco de una
plaza o de un jardín; un bar…) para que otro lector pudiera leerlo, en una
especie de cadena de lectura que en realidad encerraba mucho más que el simple
trasiego de mano en mano del libro, porque leer es sinónimo de compartir y la
lectura de complicidad. Pero por desgracia poco o nada sabemos ya de este
fenómeno del “bookcrossing’’, por lo que podemos deducir o imaginarnos su
fracaso estrepitoso; ni en los días en que los medios se hacían eco de ello,
nunca vimos en la tele masas de gente que se reunían en busca de los libros,
nadie ponía en riesgo su vida por leer antes que otro la novela que había
dejado su último lector en un banco público, nadie preguntaba por la calle si
habían visto un libro… Cuando me enteré por primera vez del famoso “pokémon go”
me asaltó la pregunta (en mi infinita ingenuidad) ¿por qué en vez de muñecos no
han elegido versos y así sus perseguidores se podían afanar en la tarea de
componer el poema? La respuesta es muy sencilla: el fulano colectivo, ese que
tiene la cabeza llena de colesterol, no movería un dedo de la mano que sostiene
su móvil, no daría ni un paso con toda su excesiva humanidad por la cultura. Y
eso es triste y desalentador. José López Romero.
domingo, 18 de septiembre de 2016
LECTURAS DE VERANO V
González-Ledesma.com
La página oficial de este gran escritor catalán recoge
en su menú inicial toda la trayectoria literaria de quien nos ha dejado un buen
puñado de las mejores novelas policiacas que se escribieron en España en el
siglo pasado, y que tienen como protagonista al crepuscular inspector Méndez y
como ciudad de sus investigaciones a esa Barcelona franquista, que tan bien ha
descrito en sus narraciones otro catalán universal, Juan Marsé. Varios enlaces
se centran en el análisis de estas novelas. A su biografía, premios concedidos,
algunas entrevistas y sus lecturas preferidas (apartado muy interesante), se
añaden las reseñas de dos novelas escritas bajo el seudónimo de Enrique Moriel
y, otro apartado se dedica a Silver Kane, seudónimo con el que escribía
González Ledesma novelas populares, sobre todo del oeste. Una excelente página
que pretende divulgar la figura literaria, no siempre valorada, de uno de los
grandes novelistas del siglo XX. J.L.R.
Novecento
Alessandro
Baricco. Compactos Anagrama, 2006.
Breve
obra de Baricco con una estructura de monólogo teatral, el único personaje que
interviene nos refiere la vida de Danny Boodman T.D. Lemon Novecento, verdadero
protagonista de la obra. Un niño que recién nacido dejan encima del piano del
trasatlántico Virginian, hasta convertirse en el gran pianista del barco. El
narrador de su historia es el trompetista que se convierte en su mejor amigo.
Novecento tiene la particularidad de que no ha pisado en toda su vida tierra y
cuando está decidido a hacerlo se arrepiente porque el mundo es inabarcable, a
diferencia de su pequeño y abarcable barco. Una historia llena de emotividad
tan del gusto de Baricco. En 1998 Giuseppe Tornatore la convirtió en película. Después
de leer ‘Esta historia’ y del paréntesis de ‘Homero, Ilíada’, yo sabía que
tenía que volver a leer a Baricco, leído ‘Novecento’, en breve atacaré ‘Emaús’
y ya les contaré. J.L.R.
lunes, 22 de agosto de 2016
LECTURAS DE VERANO IV
El misterio y la voz
Lorenzo Silva.
Destino, 2011.
Durante más de diez
años, y aún sigue, este ensayo de Lorenzo Silva ha estado colgado en su página
web a disposición de sus
lectores. Un ensayo que nació de dos condiciones que le impusieron a Silva para
impartir unas conferencias: seleccionar a los escritores más “decisivos” en su
escritura y que esta selección se redujera a tres, “sobre estas premisas, mi elección, aunque difícil,
fue clara, y seleccioné a éstos: Raymond Chandler, Marcel Proust y Franz Kafka”.
Y a cada uno de ellos dedica Silva un capítulo de su breve pero denso ensayo,
con dos apartados finales titulados “las ciudades, la ciudad” y “Si ha de haber
un protagonista”. La visión siempre interesante de un escritor tan lúcido como
Lorenzo Silva sobre otros escritores aparentemente tan distintos como sus tres
grandes maestros. J.L.R.
Hamelin
Juan Mayorga. Cátedra,
2015.
La editorial Cátedra ha reunido en un solo volumen dos
obras de uno de los dramaturgos más importantes sin duda que tiene el teatro
español en la actualidad: Juan Mayorga. Con prestigiosos premios en su haber y
sus obras representadas en numerosos países, algunas incluso llevadas al cine
(la interesantísima “El chico de la última fila”), Mayorga es un hombre de teatro
en toda la extensión de esta denominación. En “Hamelin” pone sobre las tablas
uno de los temas más escabrosos y sórdidos de la sociedad actual: la pedofilia.
Con una puesta en escena absolutamente minimalista, con el fin de que el
espectador no pueda distraerse, el juez Montero intenta desentrañar las
relaciones entre el niño Josemari y su protector Pablo Rivas, quien también
ayuda económicamente a la familia del joven. Una obra llena de tensión
provocada por el tema que aborda. J.L.R.
domingo, 7 de agosto de 2016
LECTURAS DE VERANO III
El cuarto de los niños y otros cuentos
Ángel Vázquez.
Pre-textos, 2008.
Quien se acerque a la
literatura de Ángel Vázquez sin duda se convertirá en uno de sus devotos
lectores. Ya hemos afirmado en más de una ocasión en esta misma página, que su novela
La vida perra de Juanita Narboni nos
parece una de las mejores de la literatura española del siglo XX, y aunque
menor a esta pero con su punto de interés Se
enciende y se apaga la luz, novela con la que obtuvo el premio Planeta de
1962. La editorial Pre-textos publicó hace unos años sus cuentos, pequeñas
obras maestras del género, con prólogo de Emilio Sanz de Soto y estudio
preliminar de Virginia Trueba Mira. “Fragmentos de vida y soledades”, así
define Virginia Trueba los relatos de Vázquez, a imagen y semejanza de su
autor, uno de los grandes “malditos” de nuestra literatura, que nació en Tánger
en 1929 y murió en Madrid en 1980 en la
más “estricta” pobreza. J.L.R.
Los
destinos del buen soldado Švejk durante la guerra mundial
Jaroslav Hašek. Acantilado, 2016.
La editorial Acantilado, con la calidad que le
caracteriza y el prestigio de que goza por méritos propios, acaba de incluir en
su selecto catálogo esta novela que es, sin lugar a dudas, una de las mejores
narraciones del siglo XX y, en concreto, una de las más extraordinarias que se
han dedicado a la Gran Guerra, como así se le llamó a la Primera Guerra
Mundial. Esta edición viene a sustituir la que ya publicara Destino, que
adolecía de numerosos errores. El “buen soldado Svejk” es ese tipo de militar
socarrón, que tanto nos recuerda a Sancho Panza y que a través de una estudiada
estupidez convierte la guerra en un acontecimiento absurdo y ridículo. El
lector no puede por menos que reírse de situaciones que también nos recuerdan
otra gran novela: Vida e insólitas
aventuras del soldado Iván Chonkin de Vladímir Voinóvich. J.L.R.
jueves, 21 de julio de 2016
LECTURAS DE VERANO II
Martin Amis. Anagrama, 2015.
La editorial Anagrama lanzó el pasado año una nueva colección de libros a módico precio (Anagrama Edición limitada), que viene a sumarse a la ya asentada Compactos Anagrama, y toda iniciativa que haga más asequible al común de los bolsillos la literatura tiene aquí nuestra rendida admiración. Uno de los títulos editados es esta novela del polémico escritor británico Martin Amis titulada Tren nocturno, un relato policiaco, al mejor estilo clásico del género, con la protagonista femenina, la detective Mike Hoolihan, exalcohólica y fumadora empedernida, a quien le toca resolver la muerte de la joven Jennifer Rockwell, hija del coronel de policía, antiguo superior de Mike, y novia del profesor de Filosofía Trader Faulkner, con el que hacía una pareja modelo. ¿Suicidio? Los tres balazos encontrados en la cabeza hacen sospechar que muy difícilmente pudo la joven suicidarse, pero... J.L.R.
Una letra femenina azul pálido
Franz Werfel.
Anagrama, 2015.
Y de la misma
colección (Anagrama, edición limitada) recomendamos también esta novela corta
del escritor checo Franz Werfel (Praga, 1890), amigo de Kafka, que tuvo que
emigrar a EE.UU. en 1940, a consecuencia de la II Guerra Mundial; en Beverly Hills moriría cinco años más tarde.
Autor polifacético (novelista, poeta y dramaturgo), Werfel con este tan
atractivo título nos relata la historia de Leónidas, jefe de sección del
Ministerio de Educación, que desde su casamiento con la rica Amelie Paradini
disfruta de una vida llena de tranquilidad y placer. A sus cincuenta años
recién cumplidos es un hombre satisfecho sobre todo consigo mismo. La carta que
recibe una mañana, escrita con letra femenina azul pálido le lleva a recordar
una vieja historia de amor que mantuvo, al poco de casarse, con Vera Wormser, y
con el recuerdo el desasosiego. Magnífica. J.L.R.
viernes, 8 de julio de 2016
LECTURAS DE VERANO I
Stoner
John Williams. Baile
del Sol, 2010.
John Williams publicó
por vez primera esta novela en 1965 y durante décadas –según nos cuenta
Vila-Matas en un artículo- permaneció ignorada por público y crítica, los
mismos que desde su reedición a principios de este siglo no escatiman el justo
elogio, porque Stoner es sin ninguna duda una magnífica novela. Una
novela quizá mal entendida por las modas o corrientes literarias imperantes en
los sesenta, porque uno tiene la sensación al leerla de que se encuentra ante
una de las grandes narraciones del siglo XIX, es decir, ese tipo de novelas que
lejos de perder con el tiempo, se han ido agrandando hasta formar parte de ese
pequeño y selecto número de obras universales. El gris y aparentemente
desapasionado profesor de la Universidad de Columbia (Missouri), William Stoner
es uno de los grandes personajes literarios del siglo XX. J.L.R.
El hijo de César
John Williams.
Ediciones Pàmies, 2008
Y por no hacer mudanza
en mi costumbre de leer alguna obra más del autor cuya primera novela me ha
gustado, como es el caso de J. Williams y de la antes reseñada ‘Stoner’, no me
resistí a ‘El hijo de César’, es decir, a sumergirme en la figura de Octavio
Augusto a través de la serie de cartas que los diversos personajes que van
apareciendo por la vida del gran emperador romano se envían, muchas de ellas
abordando el mismo asunto pero desde perspectivas distintas. Una magnífica novela
histórica con todo lo que de este género se espera cuando se hace con maestría:
rigor histórico y enorme calidad literaria. La estructura epistolar nos
recuerda otra obra maestra del género que precisamente se ambienta en la misma
época: ‘Los idus de marzo’ de otro escritor norteamericano: Thornton Wilder.
J.L.R.
domingo, 26 de junio de 2016
CAMPAÑAS
Desechada ya por falta de
verosimilitud y decoro (“relación entre lo que se puede esperar de los personajes y lo que estos
efectivamente hacen”), dos conceptos que tanto gustaban a Cervantes, la idea
de hacer una campaña de promoción de la lectura con Cristiano Ronaldo y Messi
leyendo un libro (aún recuerdo emocionado una foto del Fari con un libro en sus
manos), no queda más remedio que atacar el inveterado desapego o repelús de
nuestros ciudadanos, sobre todo los más jóvenes, de la letra impresa con
campañas más agresivas o, al menos, más originales. Y para ello nada mejor que
ponernos en el papel de aquellos antiguos arbitristas que durante los siglos
XVI y XVII mandaban memoriales al rey con las propuestas más peregrinas para
solucionar los problemas endémicos de nuestro país, sobre todo los económicos,
y que tanto ridiculizaron los escritores de aquellos siglos, sirva como ejemplo
la insuperable sátira que don Miguel incluye en su “Coloquio de los perros”. Y
puestos a jugar, se podría satisfacer el apetito lector con libros cuyas
páginas pudieran, una vez leídas, comerse. Y si el libro en papel higiénico ya
está inventado, aunque con escaso éxito, unos preservativos con poemas de amor no digo yo que no le
añadiría más sentimiento o, al menos, más poesía al asunto, tan necesitado de
ello en estos últimos tiempos (ya lo veo: “deme una caja de doce de Pablo
Neruda”). Pero si tuviese que elegir una buena idea, sin duda me quedaría con
la ocurrencia de un iluminado de finales del siglo XVIII para recuperar el
peñón de Gibraltar: que cinco mil soldados llevaran al cuello un escapulario de
la Virgen del Carmen, que los haría invulnerables a las balas de los herejotes
ingleses. Ante el fracaso estrepitoso de las campañas que han intentado mejorar
los índices lectores de nuestro país, yo voto por el escapulario. Es simple
cuestión de fe. José López Romero.
sábado, 18 de junio de 2016
LECTORES / LECTURAS
“Me recuerdas a alguien que solo lee el
primer capítulo de un libro. Nunca llegas a averiguar qué sucede después”, le
reprocha su amigo Asif a Jay, el protagonista de ‘Intimidad’, la novela de
Hanif Kureishi que hace unas semanas reseñamos en esta página. Y esta frase me
ha llevado a recordar la pregunta, tan socorrida pero también tan esclarecedora,
que se le suele hacer en las entrevistas a toda persona relacionada de una
forma u otra con los libros o la cultura en general: “¿has dejado algún libro
sin terminar de leer?”. Y en las respuestas pocos son ya los que aseguran que
una vez abierto un libro no paran hasta terminarlo, aunque en ello empeñen
tiempo y esfuerzos baldíos. La gran mayoría confiesa que a lo largo de su vida
lectora, más de uno y de varios, por no decir muchos libros, se les han
resistido o, dicho de otro modo, son ellos, los lectores, los que no han tenido
la suficiente fuerza de voluntad para acabarlos, o lo han pensado mejor y han
decidido no invertir ese tiempo y ese esfuerzo en algo que en poco o nada les
va a beneficiar. Por mi parte, confieso que en mi ya lejana juventud fui lector
persistente hasta la terquedad: libro abierto, libro que debía acabar, hasta
que en un periodo de crisis lectora (todos pasamos en un momento u otro de
nuestras vidas por distintas crisis), tomé la difícil decisión de cerrar un
libro sin terminar. Aquel acto, no exento de una sensación de pecado fue, sin
duda y en cambio, una liberación. Liberación que, sin embargo, ahondó más la
crisis y atravesé un periodo de lector de las primeras veinte páginas, es
decir, en lector de primeros capítulos, como le reprochaba Asif a su amigo Jay.
Hace unas semanas me distraía soportando (¿o soportaba distraído?) la película
titulada ‘Alex y Emma’ (Kate Hudson y Luke Wilson), en la que Emma reconocía
que antes de empezar un libro, tenía que leer las últimas páginas; si estas le
llegaban a interesar, emprendía su lectura; un tipo cuando menos extraño o raro
de lectora esta Emma, como así se lo echaba en cara Alex. A veces la forma de
leer, nuestros hábitos lectores dicen mucho más de nuestra personalidad e incluso
nos definen de forma más clara que un psicoanálisis. Vivir la vida con la
inconstancia del lector de primeros capítulos (que es la verdadera intención de
Asif y de ahí su reproche a Jay), puede ser tan perjudicial como empecinarse en
terminar un libro que ya no nos va aportar nada, que en nada nos va a
beneficiar. Los libros son al fin y al cabo como las relaciones humanas: los
amigos de la infancia y juventud o aquellos que permanecen para toda la vida;
las novias y novios ocasionales (de primeros capítulos) y el libro que leeremos
una y otra vez hasta el fin de nuestros días; el trabajo que no nos gusta
porque aspiramos a un libro mejor… Y así, abrimos los libros de la misma forma
que conocemos a las personas. Algunas no aguantan ni las veinte primeras
páginas, y a otros (como los políticos) mejor conocerlos por las veinte
últimas. José López Romero.
sábado, 4 de junio de 2016
LA CONFUSA
“La Confusa” es el título de una obra
teatral del gran Cervantes que permanece desaparecida, a pesar de los siglos
transcurridos y del número, ya incontable, de rastreadores de biblioteca que a
lo largo de todos estos años han dedicado sus esfuerzos a investigar el teatro
de don Miguel y, de camino y si la fortuna fuera propicia, a encontrar pieza
tan deseada, porque su hallazgo es sinónimo sin duda de gloria y fama. Y a
pesar de su pérdida, sabemos de su existencia porque el propio Cervantes la
cita y pondera en la “Adjunta al
Parnaso” en los siguientes términos: «Mas la que yo más estimo, y de la
que más me precio, fue y es de una, llamada La Confusa, la cual,
con paz sea dicho de cuantas comedias de capa y espada hasta hoy se han
representado, bien puede tener lugar señalado por buena entre las mejores». Una opinión tan favorable, aunque pueda parecer imputable al amor
que siente un padre por la criatura de la que es creador, se puede confirmar
por la excelente acogida que tuvo esta obra entre el público durante mucho
tiempo, ya que en 1627 todavía formaba parte del repertorio de la compañía de
teatro dirigida por el cómico Juan Acacio, cuando “La Confusa” puede fecharse
antes de 1585, es decir, en los años en que Cervantes escribió buena parte de
sus obras teatrales y alcanzó en las tablas no poca admiración y
reconocimiento. Y precisamente cuando en este año celebramos el cuarto centenario
de la muerte de nuestro príncipe de las letras y, por tanto, debemos
enorgullecernos del idioma a cuyo esplendor tanto contribuyó, se nos aparece la
señorita Barei en el festival de Eurovisión, seguramente confusa entre tanta
celebración, y nos canta en el idioma del gran Shakespeare, de cuya muerte
también se cumple su correspondiente efeméride. Sin embargo, el resultado final
no dejó lugar a la confusión: el puesto 22º de 26 participantes; nada que ver
con el éxito que cosechó en su tiempo aquella otra “Confusa”. José López Romero.
sábado, 28 de mayo de 2016
MAURICIO WIESENTHAL
Aunque ya pertenece a
esos lugares comunes de la literatura y, por ello mismo, en permanente estado de
cuarentena de que los poetas, la mayoría, son los peores lectores o
declamadores de sus propios versos, no podemos decir lo mismo (pero tampoco
debemos generalizarlo) de la capacidad de la mayoría de los escritores para la
conversación amena, la conferencia interesante, para, en definitiva, la
dialéctica cuerpo a cuerpo con sus lectores o curiosos de su obra. En nuestro
recuerdo perduran aquellos programas dirigidos por Joaquín Soler Serrano
titulados “A fondo”, que pueden aún recuperarse en Internet, programas por los
que pasaron los mejores escritores del siglo XX, y a los que añadiríamos
“Biblioteca Nacional”, dirigido por Fernando Sánchez Dragó, por el que conocí a
figuras internacionales ya consagradas como Umberto Eco, o el actual “Página 2”
que mantiene la misma calidad que los citados. Pues bien, de todos ellos lo que
más me sigue sorprendiendo es el poder de encantamiento que casi todos (lo
dicho: no podemos generalizar) los escritores entrevistados tienen a través de
la palabra, ya no escrita, sino enunciada oralmente, un dominio de la dicción
que a uno le lleva a atribuirles la frase que podría perfectamente enunciarse
también a la inversa: “hablan como escriben”. El poder de seducción de la
palabra hablada en ocasiones supera
incluso a la escrita, y seguramente más de una obra habremos leído por haber visto o escuchado a
su autor en los medios de comunicación. Todo esto viene a cuento porque el otro
día tuve la suerte y el privilegio de conocer y escuchar a Mauricio Wiesenthal.
Conocía de referencia sus obras, especialmente las dedicadas a sus viajes por
las reseñas que mi compañero Ramón, especialista en estos temas, les ha
dedicado en esta página; sabía además de su devoción (compartida) por el gran
Stefan Zweig, y tenía mucho interés en leer su reciente biografía sobre Rainer
María Rilke, publicada por la prestigiosa Acantilado. Sobre este libro, me
comentaba Manolo Ramos, el heroico librero, junto a Mauricio Gil Cano, de
aquella maravillosa aventura que fue “La llave de cristal”, que en la presentación
del libro en Sevilla al escuchar a Wiesenthal cerraba los ojos y es como si
estuviese leyéndolo. Doy fe por aquella breve pero inolvidable conversación que
mantuve con Mauricio Wiesenthal de que es un hombre de aquellos que nacieron
para el esplendor de la cultura renacentista; en torno a la figura siempre
presente e iluminadora de Stefan Zweig, fue hilvanando un monólogo con varias
anécdotas, como su viaje invitación a la feria del libro de Bogotá con todo
lujo de datos (memoria prodigiosa), que encandiló a sus oyentes. Y desde este
encuentro estoy deseando habérmelas con esa biografía de Rilke, o con su “El
esnobismo de las golondrinas” para volver a escuchar la palabra encantadora,
seductora de Mauricio Wiesenthal. José López Romero.
sábado, 21 de mayo de 2016
ADELANTADOS
“Que a todo hombre viviente, / en
cualquiera lugar que haya nacido, / sea iroqués o patagón gigante, / fiero
hotentote o noruego frío, / o cercano o distante / le miro siempre como hermano
mío.” Cuando uno lee estos versos de José Cadalso (“Sobre no escribir
sátiras”), el gran ilustrado que ejerció tan poderosa como benefactora
influencia sobre poetas como Meléndez Valdés o el mismo Jovellanos, no puede
por menos que pensar en la rabiosa actualidad de su mensaje, a pesar de los más
de dos siglos de distancia y, lo que es más grave, lo poco o lo “casi nada” que
ha evolucionado o, lo que es peor, cuánto ha retrocedido este mundo de nuestros
pecados cuando seguimos planteándonos si todos los que vivimos en él debemos
considerarnos hermanos, al margen de geografías distantes o cercanas, de
religiones o de razas. No otra respuesta que los versos de Cadalso piden de
nosotros la grave situación de los refugiados que huyen de sus países en
guerra, o la cantidad de inmigrantes que intentan llegar a nuestras costas en
esos ataúdes humanos a los que llaman pateras. Y de la misma manera, si leemos
la oda “El fanatismo” de Meléndez Valdés, comprobamos en sus versos el lamento
del poeta por la irracional y sangrienta manera de entender las religiones,
sean antiguas o modernas: “Y, ¡ay!, en nombre de Dios gimió la tierra / en odio
infando, en execrable guerra”. No otra imagen que la que Meléndez recoge en
estos versos nos están dejando los continuos atentados que en nombre de un Dios
hecho para el odio y la destrucción asolan países y el nuestro, por desgracia,
no ha sido una excepción. Y de nuevo la pregunta es obligada: ¿es que no hemos
evolucionado nada? ¿es que lejos de mejorar, realmente hemos empeorado? Cadalso
murió en 1782 en el asedio a Gibraltar, y Meléndez Valdés murió en su exilio de
Montpellier, una víctima más de la invasión napoleónica. Hoy las obras de
Cadalso y de Meléndez Valdés siguen siendo un ejemplo de lo poco que ha
aprendido el ser humano. José López Romero.
sábado, 14 de mayo de 2016
MITOS (14)
“Un hombre de buen gusto no vive ya a mi
edad”, confesaba Imre Kertész en una reciente entrevista publicada en una
revista cultural, pocos días antes de su reciente fallecimiento, sucedido el
pasado 31 de marzo. Esta frase del escritor húngaro, premio Nobel de Literatura
del año 2002, me recordó en cuanto la leí que en parecidos términos se
pronunciaba un Miguel Delibes “puesto ya el pie en el estribo”, a sus casi
noventa años que no llegaría a cumplir. A sus ochenta y seis años, Kértesz
consideraba ya por simple cuestión de elegancia y caballerosidad no molestar
más a la humanidad con su presencia, y para eso acababa de publicar en
Acantilado “La última posada” o, lo que es lo mismo, sus diarios que abarcan la
primera década del siglo actual. Y cuando alguien a esa edad ya piensa dar por
cerrada su vida, sus familiares, incluso él mismo, se consuelan ante la
plenitud de una existencia vivida hasta el final: ha crecido, ha formado una
familia, ha visto crecer a sus hijos, y en estos casos (el de Kertész, el de
Delibes) han sido testigos privilegiados de su tiempo, que han sabido con maestría
literaria plasmar en sus obras, convertidas así en crónicas, a veces
descarnadas de unos acontecimientos que también les tocó sufrir. Porque esa
vida plena también se ha cobrado su buena parte de desgracias: ambos escritores
fueron víctimas cuando aún eran unos niños de los estragos de la guerra, y en
el caso de Kertész hasta la deportación en los campos de exterminio nazi.
Testigos de un tiempo no siempre amable para ser vivido, pero también
protagonistas de otros momentos que inscriben a ambos autores con letras de oro
en la historia de la literatura. Quizá un hombre de buen gusto no quiera ya
vivir a los años que cargaba a sus espaldas Imre Kertész, pero sus lectores le
agradeceremos de seguro su obra, su compromiso humano, el ejemplo en definitiva
que nos ha ido dando a lo largo de toda su vida, el mismo ejemplo que admiramos
en Delibes. Porque a un escritor, como a cualquier profesional, no se mide solo
por la calidad de su obra, sino también por la trascendencia de esta en sus
contemporáneos y en las generaciones futuras, y en esto tanto Kertész como
Delibes alcanzan una altura impresionante. Pero a los sesenta y ocho años no
debemos aún consentir a la muerte que se lleve a uno de los más grandes, no
debe darse por acabado el tiempo, no es de buen gusto que te llegue la hora tan
temprano. Fue a esa edad hace unos meses que nos dejó Johan Cruyff, sin duda un
Nobel del fútbol, protagonista de excepción de una época de este deporte, cuya
influencia como jugador y como entrenador aún perdura, y que también ha
plasmado en libros (unos cinco he contado en la red). Y los que somos amantes
del balompié y vimos jugar y sufrimos, por nuestros colores, a Cruyff no
dejamos de reconocer que es una figura excepcional del deporte, como Kertész,
como Delibes para la literatura. José López Romero.
viernes, 29 de abril de 2016
TRADUCCIONES
“Pá –mi hijo. Me temo lo peor- ¿Tú sabes
francés?”. Como se dice ahora: lo peor, no; lo siguiente. “Tengo un A2 por la
escuela de idiomas que es lo mismo que un máster” –le contesto ufano. A mi
hijo, todo amor filial, se le escapa una risilla sardónica. “A ver si me puedes
traducir esto”, y me pone por delante un párrafo escrito por algún demonio
francés sobre yo no sé qué máquina de vapor. Y esto me hacer recordar que cada
vez que me enfrento a uno de esos endemoniados prospectos de algún artilugio o
electrodoméstico (los de los televisores pueden ser un buen ejemplo), siempre
termino por acordarme del autor del texto y, por supuesto, de su traductor al
castellano. Un recuerdo de admiración, dicho sea a modo de aclaración de
intenciones. Porque no concibo actividad más aburrida o tediosa que la de
traducir esos dichosos prospectos. ¡Mucha ilusión le tienen que echar a la vida
estos profesionales para levantarse todos los días sabiendo el trabajo que les
espera encima de sus mesas! Y sin embargo, por poner dos ejemplos aunque
literarios, Andrés Hurtado, el protagonista de El árbol de la ciencia, célebre novela de Pío Baroja, nunca fue más
feliz que en su etapa en que se dedicaba a traducir artículos científicos para
revistas especializadas; y Ricardo Mazo, el protagonista del cuarto relato de Los girasoles ciegos, al menos distraía
su angustioso encierro detrás del armario, aporreando silencioso la Underwood
para hacer las traducciones del alemán que a su mujer Elena le encargaba la
empresa Hélices, una auxiliar de empresas estatales de aeronáutica. Y aunque
personajes de ficción, de ellos podemos aprender que cualquier trabajo, por muy
insulso que nos parezca, tiene sus puntos positivos (comodidad en Hurtado;
consuelo o evasión por unos momentos de su angustia en Mazo). “Pá, ¿cómo va
eso?”, me pregunta asomando su cara dura, rodeado yo de diccionarios mientras
él finiquita en minutos un helado. “Te veo con ilusión. Esa es la actitud, pá”.
“No molestes a tu padre”, le oigo a la madre. Lo que me faltaba: la santa y el
angelito. José López Romero.
miércoles, 27 de abril de 2016
RESEÑA: "MENDEL EL DE LOS LIBROS"
Mendel el de los libros
Stefan Zweig.
Acantilado, 2009.
De nuevo es la Viena de entre siglos (XIX-XX)
el escenario en el que Zweig desarrolla la historia de Jakob Mendel, un viejo
comerciante de libros que tiene su “oficina” en el café Gluck de la capital
austríaca. Sentado desde que abre hasta que cierra el establecimiento, se
dedica a atender a todo el que quiere consultar libros antiguos, descatalogados
o de segunda mano, o cualquier dato bibliográfico porque Mendel, el de los
libros, solo lee catálogos y catálogos que se van acumulando y grabando en su
memoria de forma prodigiosa. La inoportuna lluvia hace que el narrador se
resguarde en el “Gluck” y recuerde al viejo Mendel, a cuyos servicios
bibliográficos tuvo que acudir para un trabajo de investigación. La curiosidad
lo lleva hasta la mujer de la limpieza que le cuenta la historia de Mendel, el
de los libros. J.L.R.
domingo, 10 de abril de 2016
PASIONES
Nunca sabremos cómo terminó encontrando
uno de los pocos ejemplares de la primera edición que los repertorios
bibliográficos consignaban entre libros raros y curiosos. Pasados tantos años y
al hacer balance de su vida, aquel libro seguramente se perdió entre los
intersticios de su memoria y ni una referencia nos dejó de su encuentro. Pese a
su juventud, tenía muy claro que una de las actividades a las que dedicaría
buena parte de su tiempo iba a ser la bibliofilia, y quería cuanto antes
iniciar su pequeña pero selecta colección de primeras ediciones, en la medida
en que sus posibilidades económicas se lo permitiesen. Y para su propósito ya había
llegado a sus oídos que no muy lejos de donde vivía, a uno de los muchos cafés
de su Viena natal, al café Gluck, acudía todos los días y se sentaba a la misma
mesa un viejo judío de memoria prodigiosa, de un saber bibliográfico
extraordinario; se llamaba Mendel, Mendel “el de los libros”. Y en sus manos, a
su conocimiento enciclopédico se confió el joven Stefan para desarrollar una de
sus grandes vocaciones: su amor por los libros. Y fue el viejo judío el que lo
puso tras los pasos de aquella obrita publicada en su primera edición en París,
en el año 1669, y titulada “Cartas portuguesas”. Cinco cartas componían el
pequeño volumen, escritas por la monja Mariana Alcoforado y dirigidas a
Marqués Noël Bouton de Chamilly, conde de Saint-Léger, capitán de la caballería
francesa que había participado en el asedio de Ferreira, villa del Alentejo
portugués, y cercana a Beja, en cuyo convento vivió Mariana y sufrió su pasión
por aquel militar. Cuando el joven Stefan pudo tener en sus manos aquella
preciosa joya de la literatura amorosa, leyó el final de la primera de aquellas
encendidas cartas: “Adiós; amadme siempre y hacedme sufrir aún mayores males”,
pensó que aquel sentimiento tan puro, aquella pasión que lleva a la amante al
más alto sufrimiento bien se correspondía con su amor por los libros. José
López Romero.
viernes, 1 de abril de 2016
CLÁSICOS
Revisando estos días la obra de Miguel de
Cervantes, sobre todo su producción teatral, aunque hace unas semanas había
iniciado la relectura de El Quijote,
y el año pasado ya me las tuve con sus Novelas
ejemplares, cada vez que me encuentro con un clásico (y este señor del que
hablo lo es por excelencia), más convencido estoy de que la lectura de estos
autores, tan alejados de los tiempos que hoy corren, es un ejercicio no
reservado ni indicado, me atrevería a decir, para todos los lectores, por muy
buenos y constantes que estos sean. Y no se me entienda esto como un gesto de
presunción, más lejos de mi intención y de lo que aquí quiero exponer. Como
tampoco se pueden leer sus obras en la primera edición que encontramos o le
echamos la mano en una librería o una biblioteca. La lectura, el uso y disfrute
de nuestros grandes escritores y sus obras, cuanto más distanciados en el
tiempo exigen de un conocimiento previo en aspectos filológicos que sobrepasan
a buena parte de la población lectora activa. Pongamos el caso de nuestro
ilustre príncipe de las letras, ya que estamos de efemérides. En cuanto a
ediciones que las librerías ponen a la disposición de la ciudadanía, las más
actuales sin duda son las que está editando la R.A.E. en su Biblioteca Clásica,
colección en la que lleva editadas de don Miguel La Galatea, El Quijote (por supuesto), las Novelas ejemplares, los Entremeses
y las Comedias y tragedias, y ya se
anuncian Viaje del Parnaso y poesía
completa y El Persiles, para
completar toda la obra. Sin embargo, estas ediciones, fiables donde las haya,
son muy engorrosas de leer por el aparato de notas de que se acompañan; notas
que son necesarias para la aclaración de expresiones, vocablos o cualquier
pormenor digno de información, pero que entorpecen la lectura, sobre todo las
dedicadas a variantes textuales. De acuerdo con esto, más recomendables son
otra ediciones que solo recojan esas notas aclaratorias que el lector agradece
y no le interfieren, sino todo lo contrario, su lectura. Y para ello ediciones
como la de Clásicos Castalia o Cátedra, por ejemplo, (¡además de mucho más
económicas!), son sin duda más accesibles. Pero, incluso con una buena edición
en nuestras manos como las que acabamos de citar, hay que reconocer que el
grado de dificultad de la lectura de un clásico sigue siendo alto, sobre todo
porque nuestro castellano dista ya mucho de aquella lengua, compañera del
imperio, a cuyo esplendor contribuyeron nuestros grandes clásicos. ¿Estamos,
por tanto, condenados a no entenderlos y, en consecuencia, a no leerlos, o que
los lean solo los que los entiendan? Ni mucho menos, sino todo lo contrario. La
recomendación sería empezar a leer clásicos como El Lazarillo, La Celestina, y si queremos rendirle nuestro homenaje
particular al gran Cervantes, buenas son las Novelas ejemplares, novelas cortas, entretenidas, con las que
cualquier lector o lectora disfrutará sin duda, disfrutará de un clásico en
estado puro. ¡Y sobre todo: absténganse de modernizaciones! José López Romero.
viernes, 18 de marzo de 2016
¡AL LADRÓN!
Tenía en un lugar destacado de su
librería esa célebre plaquita que excomulgaba a todo aquel se atreviera a
enajenar alguno de sus libros, pero con él no iba la sentencia, porque desde
hacía ya algunos años consignaba en una libretita las compras y las
sustracciones que iba cometiendo especialmente en ciertas librerías, en las que
sabía que el control era más relajado por exceso de confianza de los
encargados. Al revisar hacía unos meses la libreta, se sorprendió de que en los
últimos años la columna de los robos duplicaba a la de compras, pero encontró
de inmediato el motivo: el ritmo de lectura era muy superior a su capacidad
económica; su dedicación lectora no iba en consonancia con la cantidad de euros
que podía permitirse para comprar libros; que una novela costase 25 euros le
parecía una barbaridad. El libro en la espalda, debajo del jersey, sujetado por
la cinturilla del pantalón, era su lugar preferido en invierno, época del año
que por la cantidad de prendas de abrigo aprovechaba para aprovisionarse, ya
que en verano era más difícil la sustracción. Pero a veces corría demasiados
riesgos, de los que después se arrepentía: el libro debajo de la carpeta o
dentro de esta… Hasta que un día, en unos grandes almacenes, sitio de su
preferencia, un dependiente tuvo la ocurrencia de contarle los libros que
llevaba en la mano al entrar y contárselos de nuevo al salir, y vio que el
número había aumentado en dos unidades sin pasar por caja; se le acercó y le
conminó a que lo acompañara a los despachos. El juicio fue rápido: lo
condenaron a un año de cárcel que debía cumplir en un centro penitenciario de
la provincia; mientras lo metían en el furgón, por la otra puerta del juzgado
salían y se metían en sus lujosos coches algunos consejeros de las cajas de
ahorro que tanto dinero nos han costado a todos los españoles. En la cárcel,
pronto entró a trabajar en la biblioteca, donde colgada estaba la plaquita que
excomulgaba a todo el que se atreviera a enajenar algún libro. Mientras, él
seguía apuntando en su libretita, en la que una columna cada vez se hacía más
larga. José López Romero.
sábado, 12 de marzo de 2016
MODESTIA
“Yo confieso que para mí perdieron el crédito
y la estimación los libros, después que vi que se vendían y apreciaban los
míos”, llegó a decir en cierta ocasión Diego de Torres Villarroel (1694-1770),
en un aparente ataque de sinceridad tan admirable como sorprendente e inusitado
en un mundo, el de las letras, donde la modestia y el reconocimiento de errores
son excepciones a la regla de la presunción y la soberbia. ¿Sinceridad?
¿Modestia? El que fuera escritor polifacético, catedrático de Matemáticas de la
Universidad de Salamanca, famoso en su tiempo por aquellos Almanaques o profecías que fueron éxito de ventas, aquel Torres
Villarroel que murió en unas dependencias privadas que la Duquesa de Alba, su
mecenas, le había cedido en su palacio de Monterrey de Salamanca, podía
permitirse el lujo de ese supuesto ataque de sinceridad porque disfrutó en vida
del aplauso popular y también de la enemistad de muchos colegas, pero sobre
todo del escándalo y la polémica. Por eso, no es de extrañar una frase que
llama la atención más por su segunda parte (el menosprecio por sus libros) que
por la primera: la desestimación de todos los demás. Una ocurrencia más feliz
cuanto más desmesurada. Porque si aplicáramos esta máxima, haría ya décadas que
hubiésemos abandonado la lectura, pues libros hemos leído que son una ofensa a
la palabra “libro”, y no digamos a la Literatura. Pero no hace falta remontarse
tan lejos en el tiempo, basta con consultar esas listas de libros más vendidos
para darle la razón a Torres Villarroel; más de un “superventas” puede hacer
perder la fe al más recalcitrante lector. Pero en la frase del gran Piscator de
Salamanca se esconde algo más profundo y desalentador: no es el crédito y la
estimación en los libros lo que pierde Torres Villarroel, sino la confianza y
hasta el respeto hacia esos lectores, ese vulgo tan vilipendiado por Lope, que
compran y aprecian sus obras. ¡Falsa modestia!. José López Romero.
sábado, 5 de marzo de 2016
MUJERES
“Father, tú que sabes algo de esto, en
tres minutos profundízame en el tema “mujer y literatura”. Treinta años de
estudio definidos en “algo de esto”, una tesis doctoral y varios artículos
publicados en revistas especializadas reducidos a “tres minutos”. Mi hija sin
duda tiene una tan natural como admirable capacidad para la concreción, la
reducción y el menosprecio. “Venga. No te enrolles. Tres minutitos, que es el
tiempo máximo en que un hijo puede aguantar a su padre”. Demoledor. Pues
precisamente hace poco me topaba (mi hija: “¿me quéee?”) con el discurso XVI
del Teatro Crítico Universal (1726) de fray Benito Jerónimo Feijoo (mi
hija: “¿de quiéeen?”), el gran ilustrado, en el que aborda la defensa de la
mujer; es decir, una pieza más que añadir a esa corriente que se pierde en la
noche de los tiempos literarios, que es el profeminismo; corriente que nace en
oposición a su contraria: la misoginia. Porque si en la época medieval ya
contamos con buenos ejemplos de ambas corrientes, no menores en número y en
calidad nos encontramos en los siglos siguientes, hasta desembocar en este
discurso de Feijoo, que algunos tanto han destacado y ensalzado (“¿Ensal
quéee?”) quizá por el papel y la trascendencia en la vida social que empezaba a
desempeñar la mujer en un siglo, el XVIII, en el que se incorporan
definitivamente a la vida y a las actividades hasta ese momento reservadas a
los hombres, en consonancia con ese
espíritu reformador que caracteriza a este siglo. La línea argumentativa
del discurso de Feijoo apenas dista de los diálogos o tratados renacentistas
que abordan el mismo asunto: exposición-defensa de las mujeres en algún aspecto
(valentía, discreción, prudencia, etc.) en comparación o igualdad con los
hombres, con la cita de autoridades y la aportación ilustrativa y aleccionadora
de ejemplos célebres, mujeres famosas por el aspecto tratado. Nada, por tanto,
novedoso en cuanto a la estructura nos presenta el texto de Feijoo, pero sí, en
cambio, en la intención, porque Feijoo
con su defensa de la igualdad de entendimiento y otros valores y virtudes, como
también defectos, entre hombres y mujeres, renueva y extiende al marco social
una polémica que antes había reducido su campo de actuación solo a la
literatura; y como ejemplo de ello véase el magnífico y emotivo prólogo A quien leyere, todo un manifiesto a
favor de la igualdad de sexos que adquiere en estos atribulados tiempos una
asombrosa actualidad, que la novelista María de Zayas antepone a sus Novelas amorosas y exemplares de 1637.
Hoy en día si una literatura antifeminista es obviamente impensable, de la
misma manera el profeminismo no tiene sentido si sigue siendo solo literatura.
Feijoo en esto nos enseña el camino: la reforma de la sociedad, a través de la
educación. “¡Tiempo! –grita mi hija- Ya han pasado los tres minutitos y estoy
exhausta. Hasta el mes que viene no me toca otra vez. No sé si podré con ello”.
Lo dicho: demoledor. José López Romero.
sábado, 20 de febrero de 2016
MUY CARO
De entre los cientos de miles de
escritores, millones incluso, que la historia, en ese ejercicio de justicia tan
poética como implacable, ha ido abandonando en las cunetas del olvido con el
correr de los tiempos, como cadáveres sin nombre apilados en estremecedoras
fosas comunes, uno queremos recuperar, rememorar, aunque solo sea por unas
líneas, a modo de rebelión contra la tiranía de esa historia que, para lamento
de muchos, pone a cada cual en el lugar que le corresponde. Don Vicente
Fernández de Rebolledo y Meneses, segundón de una antigua familia que
disfrutaba de medianas y acomodadas rentas en un pueblo cercano a Toledo, no
halló, según fuentes no dignas de mucho crédito, medio más adecuado para medrar
en la corte donde reinaba, sobre el propio rey, don Manuel el choricero, que
las letras. Un más que mediocre “Panegírico o lección filosófico-moral sobre
todas las bellezas y virtudes que adornan a nuestro príncipe de la paz”, que le
hizo llegar a Godoy, le valió de inmediato el favor de este y un lugar de
privilegio en el círculo más íntimo y estimado por el dueño, en aquel
turbulento final del siglo XVIII, de España. Y con el favor del privado, su
propia riqueza, el lujo, las fiestas, el despilfarro y la protección de sus
amigos y allegados, que iban medrando a la par que el escritorzuelo,
enriqueciéndose con él en la misma medida que se esquilmaban las arcas
públicas. Todo un ejemplo de los tiempos que ahora corren ¿o son los mismos
tiempos y los mismos infames personajes? Se cuenta, finalmente, que don Vicente
Fernández de Rebolledo y Meneses, exiliado en Orthez (sur de Francia), y
agonizante de tuberculosis, olvidado de todos, pobre hasta la miseria y
repudiado por su propia familia, llegó a escribir, en un alarde de cinismo
estas palabras como si de su epitafio se tratara: “muy alto precio he pagado
por mis escritos”. El olvido, del que no lo salvarán por fortuna estas líneas,
es su justa tumba y su única recompensa. José López Romero.
sábado, 13 de febrero de 2016
IN MEMORIAM
Cuando terminaba de leer novelas como Calle de las tiendas oscuras o Dora Bruder o incluso En el café de la juventud perdida de
Patrick Modiano (Premio Nobel de Literatura de 2014), mi reflexión era siempre
la misma: ¡cuántas vidas se entrecruzan en nuestras vidas!, hasta el punto de
poder reconstruir la existencia de una persona a través de las vidas de los
demás, a través de ese laberinto o tela de araña que supone el contacto o
simplemente el roce de unos con otros: los clientes habituales del bar en el
que sueles tomar el primer café de la mañana y con los que esporádicamente
entablas una conversación; los dependientes de la tienda en la que compras los
alimentos; tus compañeros y compañeras de trabajo… innumerables son las
situaciones como incontables las personas a las que conoces y que te conocen.
Pero hay vidas, personas cuyo contacto se estrecha y pasan a formar parte
importante, fundamental de nuestra propia vida: los amigos, la familia y, en el
caso por lo que esto escribo, mi cuñada Encarna. A la manera de Modiano, aunque
no en ese “café de la juventud perdida”, sino en una biblioteca (no podía ser
de otra manera) conocí a las dos hermanas un verano en que decidí leer todo lo
que pudiera encontrar de la Generación del 27, y ellas arrastraban la pesada
tortura de alguna asignatura pendiente que debían aprobar en septiembre
(seguramente Matemáticas o Lengua y Literatura). Aquellas dos niñas, porque en
aquella época con 15 o 16 años todavía se tenía la mirada limpia de las niñas
(la mirada celeste de Mercedes), se cruzaron en mi vida para no abandonarla
más. Pero el pasado miércoles, día 20 de enero de 2016, se rompió el hilo que
me unía a mi cuñada Encarna. Fue durante sus buenos años una lectora compulsiva
de novelones de muy variada procedencia y más que dudosa calidad, pero entendía
que la literatura debía ser un entretenimiento sin mayores pretensiones, lo que
es muy respetable; y era, por ese amor fraternal que nos profesábamos, una
lectora fiel hasta la devoción de esta página, cuyos artículos siempre
despertaban algún comentario que me pasaba por el brezo que dividía nuestras
casas. Como en las novelas de Modiano, con mi vida y la de mi mujer se puede
con todo detalle reconstruir la existencia de mi cuñada, y en nuestro corazón
pervive, como en el de sus hijas y en los de mis hijos, que eran como suyos.
Cuando celebrábamos el final del año 2015 y saludábamos la entrada del 16, nos
besamos, nos abrazamos y siempre nos decíamos “te quiero mucho”; no sabía,
aunque me lo temía, que quizá aquel fuera nuestro último beso y nuestro último
abrazo, pero nunca será el último “te quiero mucho”. Descanse en paz una mujer
buena, que perdió en sus últimos años el brillo, la alegría de su mirada
limpia; descanse en paz mi cuñada Encarna, mi querida hermana. In memoriam.
José López Romero.
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